María Treviño ( Cartagena,1975), licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, trae a la galería Moretart su obra más reciente, cuyo título “AGOSTO” se refiere a los días pasados a la orilla del mar, en la casa de los abuelos, “ un mes entre paréntesis” - según ella confiesa- donde puede vivir plenamente esa experiencia horaciana del lugar feliz (o locus amoenus ), en el que es posible olvidar los negocios, como tan bien cantó nuestro insigne Fray Luis de León, en su famosa oda: ”Feliz el que de pleitos olvidado...”
Ella entona así un canto jubiloso que tiene por protagonistas principales el mar, la luz exultante del verano y los niños. Hay entre estos una simbiosis mágica que se traduce en agitadas sinfonías de color, donde las aguas verdeazuladas se convierten en un plácido espejo o en una burbujeante humedad. Ahí rostros y cuerpos se transfiguran, a menudo pierden su peso y sus perfiles para devenir en móviles reflejos de cálidas carnaciones o en encendidas tintas de color carmín. Como ya dijimos ,a propósito de su anterior muestra, en 2016, que compartió con Juan Gallego y que llevó el título de “Realidades líquidas” , los protagonistas de sus cuadros flotan en el agua como lo harían en el líquido amniótico o se sumergen bajo ella casi en estado de trance, con sus formas corpóreas transfiguradas en volanderas y trémulas ondas coloreadas. En esa realidad líquida no hay nada estable, todo está en continuo cambio, por ello podemos afirmar que estos cuadros son auténticas metáforas sobre la fugacidad de la vida, que no es otra cosa que una suma de instantes efímeros y que tiene su máxima expresión en el comportamiento de la luz. La luz y su corolario, el color son los aspectos plásticos que más preocupan a María Treviño y ello se traduce en el contrapunto que establece entre la inmensa serenidad azul del cielo y la ondulante vibración esmeralda de las oceánicas honduras; entre la quietud de las cabezas que emergen de la superficie y los irisados reflejos de los miembros sumergidos; de este modo la figura y su anatomía convive con los ritmos abiertos que se aproximan, en alguna de las obras a los presupuestos del informalismo . Esto queda más patente en una serie de cuadros donde la figura de la nadadora, especialmente su cabeza se desdibuja en poderosos trazos de color rojo.
Lo que hay de espejísmico, de inasible, de fugaz en la vida humana, queda reflejado en estas aguas, que nunca serán las mismas, pues, como decía Heráclito, “panta rei”, todo fluye , no nos bañamos dos veces en el mismo río; o, si se quiere, este “Agosto” de María Treviño, esta encendida luz, estos instantes edénicos serán irrepetibles; la obra de arte es el intento vehemente de inmortalizarlos, de darles una segunda permanencia. Estas obras son, pues, entrañables instantáneas, relatos de vivencias paradisíacas, expresión de una comunión viva con la naturaleza, un modo de memoria activa e integradora que hace partícipe al espectador, en estos tiempos “oscuros”, del lado gozoso de la vida.