Intentan que sus hijos sientan lo menos posible estar tan lejos de su país. Pero ellas, esas madres coraje que un día dejaron Ucrania desconociendo hacia dónde se dirigían y que iba a ser de su futuro más inmediato, nos recibieron con la sonrisa del agradecimiento en su rostro pero la tristeza en sus ojos: “Queremos volver a casa para abrazar a nuestras familias y que la guerra se acabe”. Llevan cerca de un año entre nosotros alojadas en el albergue del Centro Europeo de Peregrinaciones Juan Pablo II del Monte do Gozo. En total son cuarenta y dos personas, fundamentalmente madres con hijos, que tuvieron que hacer un largo y peligroso viaje desde Ucrania, escapando de la horrorosa guerra desatada hace un año.
Desde su llegada Cáritas Diocesana, entidad a la que pertenezco como voluntario desde hace más de doce años, se encarga de sufragar los gastos generales y de funcionamiento, al tiempo que constituyó un equipo técnico para atender a estas familias. Son muchas las personas que colaboran para que se sientan de la mejor forma posible entre nosotros aunque su alma por entero esté en las tierras ucranianas y con los seres amados que se quedaron allí para defender su país de la invasión de los rusos. Un equipo de trabajo que comanda el sacerdote Román Wcislo, polaco de nacimiento pero compostelano y gallego de adopción, les ayuda para que su estancia sea lo más llevadera posible.
Ellas con sus familias a miles de kilómetros de Santiago nos muestran el lado más grande de su agradecimiento y lo hacen en el español que los niños dominan casi a la perfección y ellas se van defendiendo. “Venimos sin nada, con tan solo una mochila y ahora Santiago es nuestra segunda casa”, nos recuerdan en todo momento con esos ojos tristes y una sonrisa a modo de gratitud.
Los niños están escolarizados, las familias disponen de tarjeta sanitaria, para moverse cuentan con autobuses y siguen recibiendo clases de español. La fase que ahora se ha iniciado es la laboral. Se intenta que las madres puedan encontrar un trabajo entre nosotros.
Cuando nos despedimos una madre coraje que vive con sus dos hijos y que en Ucrania trabajaba como enfermera en un hospital me insiste, con los ojos cargados de tristeza: “Rezamos para que la guerra termine pronto”. Se me volvió a romper el corazón. Mientras, los niños seguían jugando con los peluches en una sala preparada para ellos.