De la luz y el rencor

A dónde no ha de llegar la luz que todo alcanza...? Solo al corazón del rencor le es permitido no ser penetrado por el primigenio y pujante soplo de esa ignota ternura que es la luz. Sí, solo al duro cerne del rencor le es dado ser ajeno a esa perfección. Pero ni aun así aflora y dispone en esa feroz entraña la magnificencia de la sombra, delicada fronda nacida de la luz y a ella negada y por ella privada del esencial contraste que marca el naciente y poniente de un mismo ser, de un mismo amor.


El rencor es ajeno a espacios propios de la luz por lo impenetrable de sus tinieblas, por lo terrible de su ser, incapaz de consentirse allí donde brille la esencia de esa bondad universal que es la luz alcanzada.


Conciencia de todo entendimiento, fundamento de todo amor, amor de toda voluntad de comprensión, ser de todo ser. Y lo es porque el rencor no es ser otra cosa que cerrada voluntad de no ser sino aquello que nos niega en los demás y ciega en nosotros más allá de lo que nos cabe consentir y alcanzar a ser, relegándonos a ese espacio de afirmación en el que todo niega a todo y la nada no puede ser porque nada llena tanto como el vacío del rencor.


Decir, sé de su naturaleza y perversión; proclamar, conozco el misterio de su morada, eso, justamente eso, es el rencor, un exacto conocimiento de aquello que nos mueve a él. Dogma de toda desilusión, fe de toda amargura, iglesia de una divinidad alejada de la belleza y la razón.

De la luz y el rencor

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