Loco mundo

Los antiguos griegos sentían gran devoción por todo aquello que fuera armónico, mesurado y equilibrado. Sin embargo, a pesar de la inmensa fortuna cultural que nos dejaron no hemos sido capaces de preservar esas cosas.


En estos tiempos llamados posmodernos lo importante fue arrojado con cierto odio al contenedor de la basura y reemplazado por lo irreverente, lo trivial, lo perecedero. Es como si detrás de este cambio hubiera un interés muy particular que a día de hoy sigue sin estar claro.


El disparate es presentado como “revolucionario”, rompedor, moderno, trascendente. Un recurso que, por lo general, es utilizado por las personas sin talento para conseguir aquello que desean.


En todo caso, los que mandan en los que nos gobiernan parecen estar felices con lo que está ocurriendo. Y no es para menos. La voluntad del ciudadano de a pie fue quebrada de tal manera que ya se conforma con ser rebaño, dedicándose a pastar, balar y de vez en cuando mirar a su pastor.


Hoy gran parte de lo que escuchamos, leemos, incluso lo que vemos, debe ser cogido con pinzas. Con frecuencia el engaño se esconde en los pequeños detalles. Por tal razón a veces no resulta tan fácil descubrirlo.


Muchos de los temas que se explican en estos tiempos tienen cargas ideológicas. Aunque no lo parezca. Hay relatos que a primera vista parecen inocentes, neutros, impersonales. Sin embargo, cuando se analizan en detalle dejan al descubierto su verdadero propósito, y también los intereses que los mueven.


Los hay incluso que empiezan apoyando una postura, la que sea, pero a medida que uno se adentra en el contenido descubre que el autor empieza a mostrar sus cartas, atacando lo que al principio empezó defendiendo.


¿Contradicción. No. El autor hábilmente está utilizando una técnica capaz de llevar al destinatario, en este caso al lector o escuchante, a creer que el tema está siendo tratado con seriedad y objetividad.


Hoy en día lo más importante de cualquier relato, además del nombre del autor, son los intereses que hay detrás, los “padrinos”. Poco importa que un trabajo esté firmado por un antropólogo conocido, sociólogo, psicólogo, comunicador social, incluso por un científico. Eso ya no es relevante. Lo relevante es para quién trabaja la persona.


Sin duda, vivimos la época dorada de la manipulación. Con frecuencia algunos manipuladores son a la vez manipulados por otros. Los que pertenecen al primer grupo unos los saben y otros no.


Los que lo saben siguen el juego, bien porque tienen familia, hipoteca, o simplemente porque no tienen escrúpulos. Los que no lo saben quizá es porque fueron formados en la nueva escuela que no se distingue precisamente por enseñar a los estudiantes a pensar.


La ausencia de pensamiento crítico está causando verdaderos estragos en la sociedad. Y cuando una sociedad no piensa, de alguna manera también deja de existir. Esto le recuerda a uno lo de “pienso, luego existo” de Descartes.


Lo que sí hay es un grupo reducido de personas que todavía piensan por su cuenta, que, además, son gentes de a pie. Lo curioso es que esas personas no están siendo bien vistas, incluso corren el riesgo de ser etiquetadas de lo que no son.


A esos pensantes solo le queda contemplar desde las gradas de este circo social, político y mediático el triste espectáculo que nos brinda un grupo de saltimbanquis y arribistas sin escrúpulos.


Como el espectáculo parece no tener un final cercano, uno cavila que durará mucho más tiempo que aquellos que hacían los antiguos romanos, puede que llegue el día en que prohíban el sentido común por considerarlo una amenaza; en esta crisis multidimensional que estamos viviendo todo es posible.


De pronto esta última reflexión me hizo recordar otra época, personas, frases. Fue cuando este servidor residía en la ciudad de Cornellá en los tiempos de la Transición. Recuerdo que una chica catalana, amiga de una buena amiga mía, cuando algo no le encajaba tenía la costumbre de exclamar ¡Oh, dioses del Olimpo!


Y en estos tiempos inestables, inciertos y de contrasentidos, une descubre que tal ruego debería ser puesto en valor. De fijo que lo vamos a necesitar más que nunca

Loco mundo

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