El libro

Un hombre no ungido aún pone una palabra, luego otra y así hasta urdir una frase, esa se crece en la siguiente y esta sigue el hilo hasta completar la historia, así nace un libro sin género ni número. Un libro, digo; animal mitológico en un espacio digital e invisible en el que el mundo parece caber en un bolsillo, en una tecla, en una severa pulsión, en una leve pulsación.


Un libro es el destino de un hombre, sin embargo, ese hombre no consiente seguir solo su curso, necesita compartirlo, ofrendar a los demás ese sagrado cuerpo y sangre para un fin que en un primer golpe de egolatría tiende a magnificar a ese ser que puso una palabra detrás de otra y luego una frase detrás de otra. Ese hombre que se conoce por el nombre de escritor, desea, en este primer momento, poner nombre y apellidos a su obra. Ser el protagonista de una historia que sabe que no le pertenece porque no es él, sino la idealización de lo que imaginó para un fin que nada tiene que ver con su nombre y apellidos, aunque él trate de hacerlos valer en él.


Un libro solo lo es cuando se libra de su autor y fluye en la sangre creativa del lector, consiguiendo en ese tránsito verse libre del peso de ese hombre que lo fue tejiendo palabra a palabra. Y lo es porque un libro no es la banal tentación de lo divino, sino la serena constatación de la humana tentación de ser y estar en el infinito sin llegar a alcanzar otro universo que el de la infinita imaginación. 

El libro

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