Por segunda vez, la galería coruñesa Xerión ofrece una exposición del pintor Julio Saldaña Manero, nacido en Burgos y residente en Asturias, donde ha desarrollado una exitosa carrera, jalonada por numerosos premios y por un reconocimiento internacional ( con exposiciones en Alemania, Austria, Bélgica, Francia, Italia, Inglaterra, Holanda y Escocia) . Aunque se ha graduado en la especialidad de Diseño gráfico, ha volcado su pasión de artista en la pintura, en la que ha logrado un lenguaje personal, lleno de potente y vibrante cromatismo y de poderosos empastes, dando vida a unos cuadros donde lo visual y lo táctil se complementan y donde el impulso espontáneo de la mancha que practica con una soltura cercana al informalismo se combina con la orgía del color que él domina sabiamente, logrando entonadas armonías y encendidos contrastes que podrían emparentarse con la estética del fauvismo, que se caracterizó por el uso de un color puro y vigoroso y por la pincelada directa y enérgica, capaz de transmitir, con su alegría cromática, las intensas emociones del artista, de la misma manera que Julio Saldaña hace. El paisaje es el gran protagonista de esta muestra, especialmente los exuberantes y frondosos bosques atravesados por paseos y caminos idílicos, por los que circulan siluetas de enamorados y los apacibles rincones de orilla-mares en los que se miran luminosas fachadas y se balancean coloridas barcas; pero estas referencias a lo real son más bien subjetivas, pues lo que cuenta es la expresión de lo emocional y el impacto causado por la policromía de las poderosas y empastadas manchas que se disparan sobre el lienzo para sugerir más que para reproducir formas; en realidad utiliza un número reducido de iconos. en ocasiones ceñidos a esquemas que repite en un abierto juego de variadas combinaciones: fachadas apiñadas junto a la orillas del mar, árboles, aguas agitadas o quietas, barcas.... Con la libertad con que pintaría un enfervorizado niño reinventa, una y otra vez, puertos, rincones marinos, bosques..., pero para recoger momentos pasajeros, encuentros, instantes gozosos o momentos de reposo, como ocurre con “Fin de la jornada”, “Noviazgo reciente” o “Comprando chuches”; una empatía vitalista y luminosa circula por estas obras que sólo pueden ser producto de un alma optimista y enamorada de la naturaleza, de las personas y de los lugares que conoce. Entona así una polifonía cromática no exenta de magia y de asombro que encuentra, quizá, en la umbría acogedora de los poderosos árboles de bosques y parques su más hermoso modo de expresión; entre sus en-ramajes traza gozosos caminos que se alejan hacia no se sabe dónde; caminos hechos a propósito para que por ellos puedan circular los enamorados y tener un cobijo protector para sus amores. Sus temas son, pues, un canto exultante a la vida, que encuentra en la cálida policromía de bien acordadas tonalidades sus mejores acentos. La naturaleza entera es el locus amoenus de Horacio, un lugar feliz y acogedor que él convierte en oda visual.