Ideas y personas

o son las ideas, aún siendo fundamentales, las que enriquecen la vida política sino las personas que las sustentan. No están en los grandes sistemas de ideas las soluciones a los variopintos y multiformes problemas con que se enfrenta el político sino en la prudencial aplicación de los criterios de análisis a cada situación concreta, y esta aplicación sólo será prudencial si tiene en cuenta a las personas y si tiene presente la función instrumental de todos los sistemas de ideas sociales y políticas.


El camino de la libertad implica, en este proceloso tiempo que nos toca vivir, una andadura en el ámbito de las cuestiones sociales y económicas que no puede verse reducido a un parcheo o a una operación de maquillaje que esconda las más flagrantes injusticias. Las esperanzas del tercer mundo están puestas en esa tarea, pero también la de los sectores marginados y más desfavorecidos del poderoso mundo occidental.


La llamada de la libertad trasciende esas operaciones superficiales. Hoy se trata más bien de liberar la libertad, de darle a la libertad su plenitud, de devolverle el contenido que ha venido perdiendo o que le fue arrebatado: profundizar y extender los derechos humanos. Está claro que no se trata de aumentar el catálogo, o de “enriquecer” la oferta de derechos humanos, como el consumismo a veces parece exigir pretendiendo llegar más allá de lo que la condición humana permite.


Profundizar y extender los derechos humanos significa que ese camino de liberación democrática culmine en la libertad de conciencia de cada persona, base y fundamento del valor del hombre, y desde la que la libertad conseguirá su plena significación y la vida pública se verá fecundada por las aportaciones libres, genuinas y creativas de los ciudadanos. Sin auténtica libertad personal no hay participación, sino sometimiento; sin participación no hay auténtica democracia, sino meras formalidades sin significado. En estos objetivos tenemos que suponer el acuerdo de todos. Quien se desmarque de ellos se desmarca de la vida democrática.


La vida democrática tal y como la comprendemos, parte de la concepción del hombre como persona, como ser racional libre que desde su propia condición analiza y juzga los asuntos públicos, crea proyectos colectivos para la comunidad y establece líneas de acción para ejecutarlos.


“Desde su propia condición” significa que es la razón humana, no la razón pura, la que dictamina. La razón humana habla de una razón afectada por las circunstancias propias, de sensibilidad, familiares, de tradición, de formación, biográficas,... Se abre así el panorama de diversidad personal mucho más rico, abundante y lleno que la mera diversidad biológica, porque en el “ecosistema social” no son las especies lo que interesan sino cada individuo singularizado, cada persona, porque cada persona es un mundo.


Siendo así el sujeto individual el centro de la acción política, la diversidad de opciones está garantizada. ¿Supone, pues, el método del entendimiento la anulación o superación de las divergencias?. En absoluto, tengo claro que entendimiento no es jugar con las estrategias o desnaturalizar los objetivos.


En este marco, lo que supone el método del entendimiento es el ocaso de una ficción y la denuncia de una abdicación. Supone que la confrontación no es lo sustantivo del procedimiento democrático, ese lugar le corresponde al diálogo. La confrontación es un momento del diálogo, como el consenso, la transacción, el acuerdo, la negociación, el pacto o la refutación. Todos son pasajes, circunstancias, de un fluido que tiene como meta de su discurso el bien social, que es el bien de la gente, de las personas, de los individuos de carne y hueso.


A la habilidad, a la perspicacia, a la sabiduría, y a la prudencia política les corresponde la regulación de los ritmos e intensidades de ese proceso, pero queda como coordenada la necesidad de entendimiento -decir, explicar, aclarar, razonar, convencer...-, el carácter irrenunciable de este método, si es que queremos hacer una política de sustancia democrática.


Por desgracia no es siempre cierto el dicho de que dos no pelean si uno no quiere, lo que no tiene duda es que basta que uno no quiera para que dos no puedan hablarse. Precisamente por ello nuestra puerta ha de estar siempre abierta y la mano tendida. Algo que hoy precisamos con urgencia.

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