Cuando las tinieblas no te dejan ver con claridad, cuando no ves salidas, pero sabes que tienes que continuar el camino, cuando crees haber perdido la esperanza y no ves futuro alguno, cuando todo esto pasa y no hallas respuestas, la solución está en ti. En tú resiliencia, en tu fuerza interior, en tú capacidad para enfrentarte a los problemas y, cuando llegas a esa situación, sentirás una soledad dolorosa que puede destruirte o fortalecerte. Depende de ti, solo de ti. Por eso los creyentes tienen una enorme ventaja sobre los agnósticos, porque cuando sienten esa soledad no deseada tienen con quien hablar, a quien implorar piedad, aunque no puedan escuchar a la otra parte, sencillamente hablan con su Dios, se desahogan y eso les reconforta, no se sienten solos porque creen y encuentran consuelo ante las adversidades porque están convencidos de que su Dios “escribe derecho con renglones torcidos” y no pierden la esperanza porque su Dios es todopoderoso.
Incluso ante la muerte de un ser querido buscan calor, cariño y comprensión en su propia Fe y esto les ayuda para seguir adelante. Los agnósticos, por el contrario, renuncian a esta “ayuda”, a este auxilio espiritual, buscan respuestas en lo material, en lo próximo, en lo tangible, ellos lo llaman “realismo” pero no deja de ser una renuncia a tener una última esperanza.
Es cierto que muchas veces las dudas atacan la moral de los creyentes, las cosas injustas que ocurren en la vida y que los humanos no somos capaces de explicar, nos sentimos víctimas de cosas que no comprendemos, entonces los agnósticos recurren al pragmatismo racional y entienden que las cosas pasan y punto. Los creyentes, por el contrario, miran a su Dios como pidiéndole explicaciones y, cuando el dolor es enorme, ponen en duda sus creencias llegando a enfadarse en su Dios, en ocasiones hasta la quiebra definitiva de sus convicciones religiosas. Otros no, a pesar de su dolor mantienen su Fe y aún con los ojos cegados por las lágrimas mantienen la mirada hacia el Dios que vio como crucificaban a su propio hijo en la Cruz y no por eso abandonó a sus creyentes y más de dos mil años después sigue dando consuelo y apoyo a sus fieles. Conozco a personas que no estando muy convencidas de la existencia real de su Dios dejan vivo un hilo de esperanza por aquello de que “no vaya a ser”. Por todo ello y como creyente que soy, animo a todos aquellos que comparten mis creencias a no renunciar nunca a la esperanza y menos en estos tiempos en los que vivimos rodeados de tinieblas, de problemas de todo tipo que nos hacen una vida más difícil, de realidades incomprensibles, de guerras, de tristezas incluso de pobreza. Algunos dejamos de creer sí, pero no en nuestro Dios, sino en algunas personas que parecen decididas a enterrar nuestras esperanzas y que contribuyen a hacer de este mundo un infierno. Si estas personas consiguen hundirnos en la desesperanza y nos debilitan hasta hacernos perder nuestra fe, el mundo será un lugar mucho peor.
El amor, que mueve el mundo, tampoco se ve, pero nadie lo niega, por eso yo, aún desde el sufrimiento, sigo hablando con Dios y no solo no lo niego, sino que lo tengo presente cada día y le ruego ayuda y paz, para todos.