El “futbolario”

Sed y hambre de la humanidad que, paradójicamente, a todos sacia sin hartar. A unos los llena de tormento y rabia y a los otros los colma de vanidad. En ese ser de promisión a nadie desampara con el desamparo de su multitudinaria soledad. 
 

Once singulares del singular patrio, jugando en grupo, buscando la excelencia en el equipo; equipándose de un mismo color y bandera para defender algo más que la honra de ganar, el deber de humillar, deportivamente hablando, eso sí, porque de eso va este juego que, como el toreo, se debate en el fugaz acto de acertar a dar una buena faena y mejor estocada, y en su caso, que es en muchos el caso, un cobarde descabellar, ir a los penaltis que es como ir al azar.
 

El fútbol es un desahogo social. Para algunos pueblos, el único modo de ver colmado el techo de su ancestral necesidad, tanto que desde que el fútbol es fútbol, ya no se necesita batallar. Todo se gana y se pierde en esa rectangular patria donde rueda un balón enano y bobalicón que a veces entra y otras no.
 

Mal anda el mundo cuando todo se dirime en un mundial, pero menos es nada. Torneo que en este caso se celebra en Catar, un país capaz de sacarse de la manga un París para asombro de Berlín. Un retal de riqueza y despilfarro dónde la costumbre se relaja del divino para vestirse de mundano, porque hay que estar muy ciego para no saber que lo que al hombre fascina, a la deidad sublima en esa torera levedad que tienen la piedad del gol.

El “futbolario”

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