Pocas noticias consiguen, a estas alturas, causarme un disgusto tan grande como las que generó hace un par de días una tal Ángela Rodríguez Pam. La susodicha es, ni más ni menos, Secretaria de Estado de Igualdad, bajo la dirección de la ínclita Irene Montero, ministra del ramo y como quien no quiere la cosa se destapó con u n anuncio que me dejó ojiplático, a la vez que indignado: “la familia natural está superada” dijo para, a continuación reducirla al valor de “compañeros de piso”. Reconozco que tuve que leer varias veces el texto porque no daba crédito. Que Podemos trabaja para destrozar nuestra convivencia es obvio, pero que traten de destrozar el concepto de familia va mucho más allá de lo que es razonable y admisible. Nuestra sociedad se sustenta precisamente en los sólidos cimientos que aporta la familia, los valores que nos quedan, que lamentablemente son muy pocos, tienen un denominador común desde hace siglos y ese valor es, sin duda, la familia.
En ella encontramos el apoyo cuando lo necesitamos, el calor cuando nos sentimos vulnerables, incluso la paz que tanto ansiamos en estos tiempos. Desde siempre hemos protegido ese valor porque sabemos lo mucho que nos aporta y no hace fa lta remontarse en el tiempo para recordar las últimas crisis que estamos padeciendo para ver a abuelos, padres y madres asistir a hijos y nietos cuando las dificultades nos asfixian. Otra ministra del gobierno de Sánchez afirmó hace un tiempo que “los hijos no son de los padres” y se quedó tan ancha. Tanto la destrucción de la familia natural como la desactivación de la autoridad de los padres comparten un mismo objetivo abyecto: el desorden social y la voladura de los cimientos que dan sentido a nuestra sociedad. Sin la familia no se entiende nada, el proceso de socialización entendido como integración social y cohesión del tejido para la convivencia ordenada en este mundo que vivimos, no se entiende de ninguna manera sin aceptar previamente la idea de la familia como célula básica de nuestra sociedad.
Claro que no podemos dar la espalda a las nuevas realidades, en muchos casos experimentos sociales de dudosa viabilidad, el tiempo nos dirá, pero el reconocimiento de estas nuevas realidades no puede suponer, en ningún caso, la voladura de nuestra base como sociedad: la familia. Todo esto que hoy nos hace reflexionar, no tendría mayor transcendencia si quienes abren este debate torticero no fueran ministras, secretarias de estado, diputadas y diputados, en definitiva, autoridades gubernamentales que hoy están al timón de esta gran nave llamada España. Todas sus propuestas parecen dirigidas a destruir lo que funciona, a destrozar nuestro esquema social, a romperlo todo sin construir nada. Desconozco las familias a las que tuvieron la mala suerte de pertenecer estas personas que desbordan odio contra nuestros valores, desde luego estoy convencido de que somos una inmensa mayoría los que amamos y protegemos a nuestras familias y estamos dispuestos a defenderlas hasta sus últimas consecuencias. Yo no entiendo la vida sin mi familia, sin el recuerdo y el agradecimiento a los que ya no están y sin el cuidado y la atención a los que estamos aquí. Lo demás son inventos de unas iluminadas y muchos iluminados. Quiero subrayar que desde la familia respetamos los nuevos modelos, compartiéndolos o no, pero los que estamos siendo atacados debemos de pensar y actuar en defensa de lo que es nuestro y nadie, absolutamente nadie, puede asaltar nuestros hogares para romper nuestras familias.