Extraños en la noche

lgunos creen que nos están  imponiendo un modelo cultural que tiene como objetivo la despersonalización integral del individuo; otros, sin embargo, opinan que los síntomas que se presentan son los de una sociedad que ha entrado en decadencia.


En todo caso, las ocurrencias y los disparates se suceden uno detrás de otro. Y no solo aquí en España, sino también en la Unión Europea. Que por cierto, pasó de la seriedad  y de ser admirada en el mundo entero al ridículo más espantoso. Pero eso sería otro tema.


La realidad es que vivimos unos tiempos enrarecidos. Aunque muchos politólogos opinan que es por culpa del cambio de época, asegurando que la transición hacia la nueva época puede tomar varios años.  


Lo cierto es que como sociedad nos hemos transformado en una suerte de máquina depredadora capaz de arrasar sin ningún criterio racional con todo lo que encuentra a su paso, recursos naturales, cultura, pensamiento crítico, etcétera. Y como dicen algunos: o se detiene esta máquina o las cosas empeorarán.


Hoy parece que hay un empeño deliberado en llevar a cabo la deconstrucción social, cultural e histórica del pasado. Todo con el objeto de construir una suerte de rebaño social sin ninguna otra meta que no sea la de consumir.


Los que empujan a tal conducta ovejuna no les importan las personas, ni los pueblos, ni las tradiciones, ni la herencia cultural, ni siquiera la religión. Todo eso les trae al pairo. Más bien son un estorbo para acabar de moldear su “hombre nuevo”; un espécimen que debe ser expulsado del grupo para incorporarlo al rebaño. ¡Ay el rebaño!


El rebaño es mucho más fácil de pastorear que el grupo. En él el individuo obedece sin protestar, sin cuestionar nada, asume, casi como un acto reflejo, que sin sus “guías” está perdido.


El grupo es otra cosa. Aquí el individuo  mantiene su identidad, su yo personal, su cultura, sus valores y tradiciones, su sentido de la dignidad. Y muchas cosas más que le sirven como escudo para protegerse de aquellos que intentan colonizar su mente y su espíritu.


Esas son algunas de las razones por las cuales hoy en día el grupo está bajo fuego. Un fuego cruzado e intenso. Los que deberían defenderlo, ser su faro-guía, su salvavidas, no están y ni se les espera. Nos referimos a los intelectuales. Y no es que se hayan extinguido por arte de birlibirloque. No. Están en silencio, un silencio que roza la complicidad.  


Hoy el consumo nos distrae de lo importante. Se ha convertido en la alfalfa cultural de estos tiempos. Nos dicen que eso es libertad. Aunque uno cavila que la libertad es mucho más que eso, y si no que se lo pregunten a Sócrates o a Platón.


Lo peor es que bajo semejante reduccionismo le hacen creer al individuo que es libre, que puede elegir, que su voluntad predomina, cuando en realidad el pobrecito ni es libre ni controla nada. Pero se lo cree.  


La realidad es que vivimos envueltos en una maraña de frivolidades. Es una sociedad con grandes carencias de vida interior en la que predominan los “valores” de  copiar y pegar, de frases enlatadas, de basura tutorial, de expertos en nada, de youtubers, de feminismo de transnacionales.


La desorientación es de tal calibre que hasta las personas que defienden ciertos valores tradicionales, algunas de buena fe, siguen apoyando el modelo consumista y depredador vigente, que irónicamente es parte implicada y directa en la destrucción de los valores que esas personas dicen defender.


Hay mucha confusión. Incluso la padecen aquellas personas que apoyan “talibanamente” las energías verdes y que, además, se creen muy de izquierdas. Ni siquiera se dan cuenta que en muchos casos les están haciendo el juego, apoyándose en una izquierda atípica y extraña, a grandes transnacionales.


La sensación es la de estar habitando en una olla de grillos en la cual nadie sabe quién es quién ni que intereses representa, donde los dobles raseros se aplican a conveniencia y los sainetes políticos están a la orden del día.


Y por si eso no fuera suficiente están apareciendo un gran número de lobos disfrazados de corderos y hasta de caperucitas. “Extraños en la noche” como en la canción del gran Frank Sinatra.  

 

Extraños en la noche

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