Europea en el resort del gulag

Imagino a Putin, encaramado en un bidón de misiles nucleares del que sale una mecha; en su mano un encendedor, cortesía de Gazprom. El teléfono rojo en línea con una línea caliente del frío Moscú y la mirada fija en el fascinante espectáculo de una Ucrania en llamas. El nuevo Nerón nos disuade con las armas de la disuasión de defender lo humano y amparar la humanidad.


Reina el megalómano a su antojo sobre el escenario del horror, y el pueblo, entre orgulloso y subyugado, aplaude.


Pero qué piensa de eso el altivo occidente: en él, no hay novedad. Pero con ese cínico razonamiento capaz de aunar filosofía, ideología, teología…, avaladas por la biblia apostólica progresista del nuevo dogma, el estado del bienestar. Una sofisticación irrepetible del egoísmo de siempre y la ancestral estupidez de nunca acabar.


La cuestión es derrocar al tirano por el solo efecto de afearle la conducta y sin que medien en el acto factores ajenos a nuestras banderas de conveniencia: OTAN, EE.UU…, porque si ellos son buenos ¿qué bondad nos cabe a los que los tenemos por maldad?


Hay que hacer algo que ni comprometa nuestra voluntad de compromiso ni exija sacrificio. ¿Pero qué?, pues criminalizar a la víctima y alzar al verdugo. No al Dombas, señor Zelenski, tampoco ilegalizar partidos, y, menos aún, resistir…


Ese es el camino, y en él nuestra dulce cruz.


El calvario para ellos, que mueren por una causa que a nosotros no nos queja, la dignidad.

Europea en el resort del gulag

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