Las eternas dos Españas que, menos mal, nunca acaban de destruirse, como dijo Bismarck, ha encontrado un nuevo tema de confrontación: la culpa de que los trenes que ha comprado el Gobierno para la red de cercanías de Cantabria y Asturias no quepan en los túneles existentes ¿la tienen los trenes o los túneles?
¿Es responsable el Gobierno, que va de cabeza en tantos temas, o los cabezas de huevo que deciden autónomamente? Claro que la cuestión de fondo es que los trenes, más de doscientos cincuenta millones tirados a la basura, no pueden pasar por los túneles porque son demasiado grandes. O los túneles demasiado pequeños. Ya ve usted que la chapuza nacional no se limita a la redacción de la ley del ‘sólo sí es sí’ o al proyecto legislativo del bienestar animal. O a los remiendos en una coalición llena de rotos y desgarros. O a la ocurrencia de presentar al ex comunista Tamames como candidato de Vox frente a Pedro Sánchez. Menuda semanita ‘chapuceril’, con perdón, que se nos echa encima. Ya se ha dicho con insistencia y me temo que con acierto: el Gobierno (y la oposición) han abierto demasiados cajones y luego no saben cómo cerrarlos con la eficacia y la pulcritud técnica que serían exigibles. Que el espíritu chapucero se extienda a varios partidos, a las instituciones -la que está montando el Tribunal Constitucional con el aborto, Dios mío-, incluso ocasionalmente a nosotros, los profesionales de la información, no aminora la gravedad de los bodrios de cada uno de los estamentos considerados. No se trata, claro, de minimizar la chapuza gubernamental englobándola en el ‘mal de muchos’ o disculpándola por los avatares de una campaña electoral, porque es el Gobierno quien mayor responsabilidad tendría a la hora de ofrecer a la ciudadanía una cierta sensación de seguridad jurídica y de que la improvisación oportunista nunca es la tónica que impulsa la gobernación que pesa sobre nosotros.
No quisiera hoy escribir sobre la ‘ley del sí es sí’, o sobre el futuro de la coalición gubernamental, o sobre el ex camarada Tamames, o sobre esos temas pintorescos que pueblan los titulares del día: doctores tiene cada una de esas iglesias. Y, en cambio, acogiéndome al ejemplo de los túneles y los trenes, recogeré lo que está siendo un clamor nacional: España no funciona tan bien como debería. Trate usted de hacer una gestión sobre la Seguridad Social o acerca de sus impuestos en Hacienda y vaya a las respectivas páginas de Internet, a ver lo que ocurre. O, peor, llame usted a los teléfonos de información, a ver quién le contesta y cuándo, y en este apartado incluyo a no pocas grandes entidades privadas. Creo que fue Suárez, o Aznar, quien dijo que, cuando los teléfonos a los que usted llama para informarse de algo, porque teóricamente para eso están, nos fallan, es que el país entero falla. Dígaselo usted también a los jubilados que tienen que hacer gestiones en sus bancos o quieren asesorarse sobre los precios que tienen que pagar para tener luz.
Se empieza por olvidar a todos esos millones de personas –valorados solo en su condición de electores– y se termina, claro, midiendo mal los trenes. O midiendo aún peor el alcance de una ley social mal hecha que está, sí, es así, sacando de la cárcel a gente que ha cometido delitos abominables. Se acabará culpando a la montaña que alberga el túnel, a los jueces, al mensajero, a cualquiera, menos a los chapuceros que tanto peso tienen sobre nuestras vidas cotidianas y siguen cobrando de nuestros impuestos.