Escritoras en la Atlántida

rene, mi hija, escribe muy bien, aunque a ratos se distancia, y se oculta, y otras veces hasta lanza denuestos sobre su propia cabeza literaria, y yo la animo, y me vuelco en convencerla de lo más completamente obvio, su talento, su enorme talento literario.


Socorro Venegas escribió hace días, el pasado día 19, una Tercera en ABC, “Una Atlántida de escritoras”, y creo yo que hace justa de su propio nombre, y sale furibunda contra el silencio injusto de los siglos, con tantas mujeres marginadas, dice y detalla, para la literatura, y las rescata, y las eleva, y las resuelve de todo punto magníficas, aquí y allí, por toda la geografía hispanoamericana, y a mí me parece de perlas y lo celebro mucho. Cosa muy otra ya es cuando pone de chupa de dómine, y acusa, y condena, y rabiosamente describe con saña, y ataca inmisericorde a lo que llama heteropatriarcado, culpable supremo por antonomasia, concepto y significante ad hoc en el que ya me veo yo mismo apelado como miembro inicuo, claro que, aviso, se me da un ardite cuando me vienen con proclamas y soflamas a cuenta de ideología, esa ganga de las ideas subversivas y tribales, faltaría más.  Con todo, nada que ver, desde luego, con el énfasis brillante, ejemplar y vindicativo de Virginia Woolf, ya que la citas, vaya verbigracia, y tú, Socorro, lo sabes; eso sí, cuanta más brocha gorda y engrudo de heteropatriarcado se le agregue, más disolvente para agitar conciencias de pacotilla y traer a la palestra de la literatura escrita por mujeres lo que sí y lo que no tanto, y que tome sazón “lo que no tanto”, que ya verás tú cómo a no tardar arraiga en grande y categórica obra de relumbrón, callado y oprimido, que para eso está el canon fedatario de la lectura ideológica. De siempre, tuve yo predilecta curiosidad por la literatura escrita por mujeres, y la recomiendo, y las recomiendo, a mínima oportunidad, igual en la suerte narrativa que en su correlato de ensayo y pensamiento, que también lo hay, y no menor. Vayan algunas muestras sueltas, tan reconocidas como de obligado testimonio formal, a saber, Sor Juana Inés de la Cruz, mira por donde, por la parte que te toca, Socorro; María de Zayas Sotomayor, iluminando el Siglo de Oro español; Madame de Staël, en la Francia de un siglo después, un prodigio de inteligencia y lucidez para una destreza literaria impecable; la propia Madame de Sévigné, y ya tirando por lo nuestro, en el siglo XIX, la eminente penalista Concepción Arenal, la grandísima y fecunda expresión vital y literaria, culta y cosmopolita, de Emilia Pardo Bazán, y ya para el siglo XX, vayan pinceladas ejemplares como Rosa Chacel, de quien conservo libros dedicados; María Zambrano, qué decir que no sea largo elogio, a la que todavía me referí en un artículo reciente; Zenobia Camprubí, de la que nunca cedí en reconocimiento intelectual, antes muy al contrario, respecto a su marido, Juan  Ramón Jiménez; y así tantas y tantas, sí, tantas, Socorro, hasta Carmen Martín Gaite, y quedémonos ahí, para evitar nombres más recientes.  


Eso de Vindictas, Socorro, como “simbólico ajuste de cuentas contra el machismo”, dulcificado con su derivación latina, “proteger o resguardar”, pues mira, que es pena que no tengamos oportunidad de conversar tú y yo un rato, alrededor de todo el universo de tu artículo, por demás, de buena traza literaria, tan lleno de certezas reveladoras, tan contaminado, también,  de prejuicios y excesos, acaso deliberados por aquello de hacer pedagogía, inquietante, con la hipérbole.                                                                                                                                     Decididamente, con este panorama, a ver si persuado a Irene, mi hija, para que de una vez por todas se haga a domar como sabe la literatura, y a hacerla suya, con su estilo más propio y divertido, hermoso y ácido, que de todo hay en su pluma de prodigios, y sea suerte festiva y gozosa para ella, y para todos, así en lo grande y general, literatura de mujer, en femenino singular, como tiene que ser, y lo demás, demasiadas veces, un timo, a ratos pesado y quejumbroso, acaso también rentable, puede que sí, pero eso no es literatura, ni masculina ni femenina.

 

Escritoras en la Atlántida

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