Tiempo, silencio, horizonte”, definición del lujo que atrapé, ahora no recuerdo donde, y quedó escondida entre mis notas personales, las que guardo en el móvil cuando no tengo a mano alguna de mis infinitas libretas –raro pero a veces ocurre–. Tiro del hilo, me lleva a mi propia definición de equilibrio, ese lugar al que aspiro y que cada día, por suerte, está más presente en mi vida. Nuestras vivencias del día a día nos pueden sacar de ese centro. Cómo nosotros resolvemos esas circunstancias es la clave de mantenernos en el fiel de la balanza.
Suena el móvil, al momento el teléfono fijo hace acto de presencia, me reclaman para consultarme una duda, salta el mensaje de una convocatoria de reunión. La mañana se ha pasado volando pero sale el sol. Con este escenario podemos creer que mantener el punto de equilibrio es complicado. En realidad, puede ser más sencillo de lo que parece.
El maestro tibetano Chögyam Trungpa solía decir que solo dedicamos al presente el veinte por ciento de nuestra actividad cerebral. El ochenta por ciento restante, algunos lo dedican más al pasado, otros más al futuro. Ambos están equivocados. La clave radica en manejar los tiempos. Inspirar y exhalar. Llenar y vaciar. Recibir y dar. Y en el espacio ínfimo que se esconde entre cada uno de esos movimientos, el equilibrio.
¿Te has preguntado alguna vez qué hace que un equilibrista se mantenga en la cuerda floja? Simplemente estar en sintonía con su propio equilibrio. Es decir, no está pensando en el paso que dio, ni mira al final de la cuerda, ni se preocupa de que ocurrirá cuatro pasos más adelante…Única y exclusivamente está en el paso presente consciente de ese momento, ni antes ni después. Aplicado a nuestra vida, no debemos estar en el pasado si no resolver los efectos y causas de ese pasado en nuestro presente. Las proyecciones al futuro generan expectativas que no están alineadas con la realidad del presente y nos hacen entrar en el estrés y ansiedad de lo inalcanzable. ¿Soñar? Si ¿Aterrizar los sueños en objetivos? También. Hacer lo que podemos hacer hoy, en coherencia con lo que deseamos para mañana, pero sin fijar la vista allí, si no aquí.
Salir cinco minutos de la oficina. Dejar que nos calen los rayos de sol que nos han dado tregua en medio de los temporales. No hablar del trabajo. Descubrir algo más de las personas que integran el equipo. Desconectarnos del móvil. Establecer límites saludables y el tiempo de inactividad necesario para recargar energías. Alejarse del ruido para restaurar el equilibrio y la claridad mental. En definitiva, dejar de hacer, para simplemente ser. Auto-regalarse momentos.
Como bien decía Francis J. Braceland “podemos estar seguros de que la gran esperanza de mantener el equilibrio en toda situación reside en nuestro interior”.