Toda la creación es una recreación armoniosa, de singularidades manifiestas entre humanos, pero que forman una sola familia, en la que las relaciones no pueden estar distantes, puesto que hemos de ser guardianes los unos de los otros. Esto nos exige ser responsables, desterrar todos los frentes y también las fronteras que nos separan, para activar la consideración y el respeto hacia todo, también hacia la integridad territorial de los países, si en verdad queremos reducir el sufrimiento. Para desgracia nuestra, y como si fuese algo normal, continuamos sembrando decadencia, dolencia y defunción. Sin duda, estimo que ha de ser prioritario, encauzar otros lenguajes más contemplativos, pidiendo que no sucedan más desconciertos. Aprendamos de nuevo a caminar por las sendas de la concordia, activemos la sana conciencia, en cualquier lugar donde nos encontremos, para ser gentes de paz y amor. Pongamos alas a este sueño, al poema que todos llevamos hondamente. Nos alegraremos por dentro y por fuera.
La humanidad tiene que coaligarse, ganar confianza entre sí, para comenzar a resolver las contrariedades sembradas por doquier. También las mil confrontaciones, que nos debilitan como linaje de continuidad, tienen que cesar con urgencia. Necesitamos la unidad y la unión para el desarrollo de un porvenir más solidario, de auténtico bienestar colectivo, un futuro verdaderamente digno de seres pensantes. En este sentido es posible reconocer, a pesar del caos reinante, en un mundo de grandes desigualdades, donde unos 130 millones de latinoamericanos no pueden costearse una dieta saludable, que las políticas comerciales y de mercados pueden desempeñar un horizonte esperanzador en la medida en que cohabite una mayor trasparencia, promoviendo además los gobiernos, políticas públicas para crear entornos alimenticios favorables, con una nutrición adecuada. Erradicar, por consiguiente, la desnutrición no es un acto de solidaridad, sino de justicia.
Por otra parte, también nos distancia que nadie puede ser templado con el estómago vacío. Lo cierto es que mientras unos comen sin hambre, otros no tienen nada que llevarse a los labios, y esta injusticia también pasa factura, desuniéndonos y enfrentándonos entre sí. Por si fuera leve, esta sinrazón, hay que sumarle el de miles de millones de personas que están enfermando, porque el aire que nos mantiene vivos además está contaminado. Ante esta tremenda realidad, quizás tengamos que repensar más sobre las actuaciones y evaluar mejor lo que crea comunión. Reconducirse hacia el interior puede ayudarnos a redescubrir lo que importa en la vida. Desde luego, a poco que nos adentremos en nuestras habitaciones íntimas, confesaremos que todo se mueve y nos conmueve en una sola sinfonía, porque conecta el pasado, el presente y el próximo, aunque tengan distintos pulsos culturales, en un comunicativo encuentro. Personalmente, reconozco, que jamás he hallado un ser humano de quien no haya asimilado algo.
Ahí radica todo, en ese culto de concurrencias, una necesidad universal, ya que es manantial de conciertos armónicos y expresión de paz. En el fondo, la cuestión no está en interpretar los distintos modos, sino en reencontrarse para transformar el mundo. Sea como fuere, cada día estoy más convencido, que cada cual tiene su orbe en mente para volverse poesía. Ahora bien, tampoco puede separarse del análogo, cuando se siente y se comprende la fuerza con que se ama. Téngase presente que la vida se sostiene y se desenvuelve en comunidad. Nadie se basta a sí mismo. En consecuencia, hay que aproximarse para embellecerse de existencia, nunca distanciarse, porque todos requerimos compartir nuestras expectativas y preocupaciones. Y para ello, es preciso dejar de lado las divisiones y los desacuerdos. Lo esencial radica en redescubrirnos como ramas de un mismo árbol, que ha de injertarse continuamente de apego, para que el virus que nos aísla naciente del egoísmo, deje de una vez por todas de generar desglose social.