El día de los Difuntos

Cumpliéndose el principio filosófico universal de que “si existe el bien, se da también el mal”, si hay blanco hay negro, etc, con el concepto vida y muerte pasa lo mismo. Pues desde que se dio la vida, se produce también la muerte, en lo que podamos entender dentro de las acusadas limitaciones del ser humano y aplicado a la creación entera. Pero es verdad, que cada cosa es creada, en su ciclo, su cadencia. Decía Lavoisier, hace ya unos cuantos años, y somos muchos los que compartimos su teoría, que “en el universo nada se crea ni se destruye; solo se transforma”. Hecho que podemos aplicar desde la ameba, el mosquito, hasta el astro más gigante. De modo que, como apuntamos, cada uno en su ciclo, no solo mueren o se transforman los seres que llamamos vivos, sino también los que conocemos como inertes: las súper novas, los agujeros negros... nos ponen de manifiesto a nuestras cortas entendederas, que todo aparece, existe un tiempo, (de nuestra dimensión), y se transforma o desaparece, o como aplicamos al humano y a todas las biologías, se muere.


Pues bien, que considerando al humano con capacidades de las que otros seres vivos carecen, (sabiendo que hay animales más o menos próximos al hombre que cuidan y velan a sus afines vivos o muertos como quisiéramos que algunos humanos lo hicieran), como son el raciocinio, el discernimiento... que ayudan a la reflexión y al sentir de sentimientos, y concluyendo con el deseo de que éstos sean para bien, habremos de admitir que el humano llega a considerar a su congénere como de la misma “carne y hueso” y la misma “sangre allá dentro” aun sea de sus antípodas. Y esa consideración y ese tratamiento, son tanto más puros y más intensos cuanto mayores sean la proximidad, el contacto, la sangre o raíz, otras afinidades. De modo que, en general, el cariño que se le puede llegar a tener a un hijo, por ejemplo, es inmenso e inmedible, Y así, los miembros de una familia, amigos, vecinos..., de quienes su dolor y más su falta hace uno suyos. (Con las escasas excepciones que al hombre, carne, puedan atribuírsele).  Admitimos  pues y comprendemos que nos “haga rabiar” y sufrir en el corazón, la muerte de semejantes sea donde fuere —tanto más si son lo que consideramos inocentes- y tanto más, cuanto más allegados sentimentalmente. Desde los que han muerto en las batallas de Alesia o Alejandría, pasando por los de Atila o Hitler, hasta los “de las cunetas y las acequias o los del tiro en la nuca y ahora mismo los muertos de Ucrania, Rusia, Israel, Palestina..., por poner algunos ejemplos. Pero nos afecta también a lo más profundo la muerte del padre, del hermano y mucho más la de un hijo, que es, por lo regular,  imborrable y deprimente. De ahí que desde muy antiguo el hombre haya recordado a sus muertos y deseado que en su Nuevo Estado se hallen en PAZ. Y, seguramente, que en las más dispares creencias, como nos lo demuestran las culturas Egipcia, Romana, Pre-hispana, Europea… en sus creencias respectivas. Culturas paganas ritualizaban el “ahuyentar los malos espíritus” y recibir con agasajos a los “espíritus buenos”: caretas o disfraces de horror para los primeros; flores, inciensos, comidas..., para estos últimos. Habiéndose extendido en nuestro entorno, por ejemplo una puesta en escena en la que pareciera que lo horrendo, monstruoso y el oscuro subyacente, pretenden ocupar el escenario principal, se trata del Halloween en el 31 de octubre.


En cambio la fe católica, viene recordando desde siglos atrás, prácticas con sentidos y fervientes deseos por el eterno descanso de los difuntos, por medio del Camino, La Verdad y la Vida, que es Jesucristo. Habiéndose fijado, las fechas para celebrar Todos los Santos, el 1 de Noviembre y para recordar y rezar por los difuntos, el 2 de noviembre. En nuestra proximidad y mundo Católico, las dos seguidas, y ya ahí, al ladito. La de calaveras y esqueletos, parece que se remonta muchos siglos atrás nacida en la civilización celta y que, habiendo pasado a través de Irlanda y Escocia a Norteamérica, de ahí vino a España no hace muchos decenios. La fiesta o devoción a Todos los Santos, según alguna bibliografía se instituyó para recordar y rezar por las almas de aquellos cuyo nombre no aparecía en el Santoral, extendiéndose posteriormente a todos. Finalmente, el día de Difuntos, 2 Noviembre, paralelo quizás en antigüedad al de Los Santos, constituye la permanencia del recuerdo, la devoción, el rezo..., que puedan necesitar las almas de los fallecidos y, en cualquier caso, deseándoles descanso eterno. Así sea. 


Como en aquel dicho del rey muerto ¡que vivan Los Difuntos!

El día de los Difuntos

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