Custodiar la red de la vida (I)

Estamos obligados a cuidar la red de la vida, a fomentar espíritus autónomos en un ecosistema diverso, poblado de gentes singulares, globalmente vitales y necesarias. Tanto es así, que ese manto natural de recursos biológicos, forma parte de nuestra propia existencia; dándonos aliento, ofreciéndonos refugio y energía en suma. En consecuencia, nos concierne en unión avivar la protección del medio ambiente, pero también respetar esa biodiversidad que es la que realmente nos da sanación, tanto en el cuerpo como en el alma.


No hay avance mientras sigamos destruyendo abecedarios que nos alientan, manantiales de rocío que nos regeneran. Nada de este mundo nos tiene que resultar indiferente. Naturalmente, necesitamos un ánimo más conjunto y universal para poder reparar tanto abuso humano sobre el cauce viviente. La irracionalidad del rebaño, no puede continuar rigiendo nuestros destinos, rumbo al desconcierto total y a la degradación ambiental. En cualquier caso, será vigoroso que tomemos el raciocino de la naturaleza, en disposición siempre de respirar liberación e inspirar sosiego.


Hemos de reconocer, sin embargo, que nos faltan espacios verdes y nos sobran muros sin nervio. Perdido el corazón, la masa se deteriora, hasta el extremo de inundarnos un gemido de dolor que nos deja sin ganas de vivir. Por tanto, se vuelve indispensable generar otros entornos para la vida, cuando menos más seguros, saludables y habitables.


Ya está bien de contaminarnos el celeste mar, con lenguajes que nos esclavizan, triturándonos hasta la propia conciencia. Es hora de activar otros liderazgos capaces de marcar otros caminos más justos y solidarios. Toca reorientar la dirección, bajarse de los endiosados pedestales terrestres y ascender hacia otras visiones, más de servicio y donación.

Custodiar la red de la vida (I)

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