La cuestión es conseguir que nuestra razón sea incuestionable y para conseguirlo nos sentimos obligados a criminalizar y perseguir la de los demás. Y lo hacemos con saña, sin querer entender que lo estamos haciendo con la propia. Porque la razón, en esta materia, es una. Cosa distinta es la nuestra, la de diario. Pero, aun así, cabe preguntarse, ¿es razón por serlo o solo por ser nuestra? Responderíamos, sin dudar, lo es por ser razón de nuestra razón. Sin embargo, no es así, la razón no es por ser en nosotros, sino en ella. No es de nuestra propiedad, sino del esencial universo de la civilidad humana y, me atrevo a decir, del universo.
Pongo un ejemplo, ¿es de razón la defensa de los derechos de la mujer? Interrogarse al respecto ofende a la razón. Pero no siempre es así, hay países donde no se respeta esa razón y, sin embargo, esa sinrazón llena de sentido a esos hombres y sus estados. Estas personas están llenas de razón al margen de ella. Y se impone recordárselo, porque si no lo hacemos nos van a imponer como razonable su irracionalidad y eso ni debemos ni podemos consentírselo. De otro modo, un ciudadano, de cualquier región o país del mundo, podría creerse en razón cuando sin razón maltrata a una mujer, echando por tierra la ardua tarea en favor de esa sana razón en la que estamos empeñados.
Debemos, por tanto, cuidarnos de esa razón que se muestra incuestionable por el simple hecho de consentir la sinrazón.