Cronicón de una cuestionable jornada parlamentaria

Creo que el Parlamento de una democracia es el reflejo, bastante fiable, del estado de salud de esa democracia. En los últimos días hemos tenido la oportunidad de seguir de cerca los trabajos en la sede del Legislativo, primero en el Senado, con el rifirrafe -lamentable a mi juicio- entre el presidente del Gobierno y el de líder de la oposición; luego, en la Cámara Baja, donde se registraron tristes encontronazos, faltos de talento y de educación y sobrados de mala uva y primitivismo, culminados con una votación nominal que suponía forzar el reglamento, aunque no incumplirlo, buscando resquicios que no hacen sino mostrar los agujeros en el funcionamiento de las Cámaras legislativas.


Tenemos un poder Judicial instalado en la provisionalidad, en el que muchos magistrados se dejan adscribir a la derecha o a la izquierda en función de las ofertas que reciban para ocupar una u otra plaza suculenta en el organigrama de los tribunales. Tenemos un poder Ejecutivo absolutamente expansivo, siempre dispuesto a extender sus tentáculos sobre instituciones del Estado. Y un Legislativo debilitado, excesivamente dependiente del Ejecutivo y de la voluntad caprichosa de los partidos colaboradores de este. Las Cámaras, que deberían ser el reflejo de un debate sereno, constructivo, estimulado por mejorar el país, no son sino altavoces de los ataques de bilis de unos contra otros, de acuerdos oportunistas en busca de poder y de la inanidad de algunas mentes lastradas por el fanatismo. Hay una degradación de los tres poderes -del llamado cuarto también, aunque esto sería objeto de otro comentario- que resta reflejos y profundidad a la tarea, que debería ser prioritaria, de modernizar y mejorar el país.


El Parlamento, lo hemos visto con la ley del ‘solo sí es sí’, no está cumpliendo con su deber de mejorar las leyes que pasan por sus manos. Los grupos parlamentarios se componen de ‘culiparlantes’ -es una expresión acuñada en más de un siglo, que conste- que se limitan a aplaudir con entusiasmo cualquier cosa que, lúcida o no tanto, salga de la boca del jefe. Y a aprobarla, por supuesto, como vimos este jueves. El verdadero debate es inexistente y el Legislativo solo es noticia cuando una diputada que debería dejar de serlo insulta miserablemente a una ministra que, desde luego, también debería dejar de serlo. Y, por cierto, el uso generoso del insulto de ‘fascista’ cuando criticas lo que a tu juicio hace mal una persona ‘progresista’ debería cesar para siempre; el fascismo fue algo excesivamente doloroso como para frivolizarlo y apropiárselo como arma arrojadiza desde bocas ignorantes e inmaduras.


La sesión de este jueves, que sin duda fue una jornada de triunfo para el presidente del Gobierno, que vio cómo salían adelante todas sus propuestas, comenzando por los Presupuestos, a mí me dejó una sensación agridulce: los Presupuestos, que me temo que, como tantas veces, sean incumplibles, son lo de menos. Dependen de los acuerdos, económicos y políticos, con los que pueda convencerse a otros grupos. Un batiburrillo, al final, que hasta afecta a la Guardia Civil.

Cronicón de una cuestionable jornada parlamentaria

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