Sánchez decidió aplazar intencionadamente las citas con Bildu y Junts al día después de la Fiesta del 12 de octubre. Su aparición en el desfile militar, por una calle lateral, no le evitó los pitos y los cánticos en su contra. Según los periodistas, que le preguntaron en el acto posterior del Palacio de Oriente, estaba realmente indignado y culpaba al PP de los incidentes. La cita con la portavoz de Bildu en el Congreso, Mertxe Aizpurua, con la que se reunía por primera vez, fue cordial y consiguió su objetivo: podrá contar con sus votos en la investidura.
La exagerada reacción de la derecha, por un encuentro con una representante elegida democráticamente en las urnas, no es más que la consecuencia del enrarecido y crispado clima político al que los dos principales partidos tanto han contribuido.
No puede decirse lo mismo, en cuanto a cordialidad se refiere, del encuentro con la portavoz de Puigdemont, Míriam Nogueras, que se limitó a llevar un papel con las exigencias de su jefe al que, de momento, Sánchez no llamará porque a ninguno de los dos les conviene.
Pese a que Moncloa todavía necesita tiempo para tratar de convencer a sus votantes de que la amnistía no es más que el último intento por “pacificar” Cataluña, fuentes cercanas al huido en Waterloo dan por hecho el acuerdo.
Solo cabe la incógnita de que, en el último momento, a Puigdemont, como ya le pasó antes de la fallida declaración de independencia, le dé “la pájara” y cambie de criterio en el último instante. Porque la cita de Nogueras sirvió para constatar que el grupo de Junts hará lo que diga el fugado sin rechistar. Sánchez, que en el Palacio de Oriente si quiso hablar con los periodistas, los rehuyó tras estas dos citas incómodas y lo mismo hizo la representante de Bildu. Tal vez la extrema derecha vociferante habría perdido parte de su argumentario si, puestos a taparse la nariz, hubiera recibido en el mismo sitio y a la misma hora a la portavoz de Vox, que también ha sido elegida democráticamente.
También en el PP deben ver con pesimismo la posibilidad de una repetición electoral, como ansiaba Feijóo, porque comienzan en Génova los movimientos para exigir cambios en la cúpula, con mayor poder de los líderes territoriales. Con su numeroso grupo en el Congreso, la mayoría en el Senado, y su enorme poder autonómico, debería dejar de lado la algarada callejera y la agresividad verbal para centrarse en hacer una oposición para frenar las exigencias de independentistas y nacionalistas.