Irene Montero se ha ganado a pulso, no tanto por su agresividad pueril como por su incompetencia, la antipatía general, que se suma, curiosamente, a la que ya despertaba en amplios sectores de su propio partido, y que hoy aflora: según una encuesta, cerca de un 60% de los votantes de Podemos cambiará su papeleta por la de un Sumar que no puede verla ni en pintura y que, en consecuencia, le ha expedido el finiquito político vetándola en sus listas.
Podría esa aversión mayoritaria haberse atemperado si la todavía ministra de Igualdad hubiera reconocido haberse equivocado con la ley del sólo sí es sí, con la ley Trans que ha escindido irreparablemente el feminismo, con sus desopilantes collages propagandísticos, con sus patadas a la bella lengua castellana o con su adhesión inquebrantable a causas chungas como la de Infancia Libre y similares, pero más aún podría haberse atemperado si por el reconocimiento de todos esos dislates hubiera dimitido.
No lo hizo, no piensa hacerlo, por lo que se ve, hasta apurar la postrera nómina ministerial, y así no hay manera de sentir lo que normalmente se siente por los chivos expiatorios, algo de compasión.
Porque Irene Montero, además de haber sido una pésima ministra, de haber colocado a sus amigas en puestos de gran responsabilidad social para los que no estaban capacitadas, y de haber opuesto el fanatismo sectario a la racionalidad, es hoy, también, un chivo expiatorio, y no digo chiva, ni chive, ni leches, porque no me da la gana.
Eliminándola, desterrándola de la política, diríase que se pretende echar al olvido la identidad de sus innumerables cooperadores necesarios, desde el superior gubernamental que no atajó sus disparates, hasta los grupos parlamentarios que no se leen las leyes que refrendan, pasando por los que ayer la jaleaban por su poder y munificencia, y hoy la execran.
Irene Montero ha hecho daño al país (otros vendrán que se lo harán multiplicado), y ha hecho daño, particularmente, a la izquierda. No a “la izquierda a la izquierda”, sino a cuantos defienden ideas de igualdad, fraternidad, justicia y progreso. Ahora es un chivo expiatorio, y no es fácil sentir ese poco de piedad que se siente normalmente por ellos.