Sostienen los sabios que las mejores leyes surgen de las costumbres, que son las costumbres las que hacen la ley. Seguramente eso es lo deseable, de la misma manera que el idioma no se reforma porque a alguien se le ocurre una palabra sino porque la ciudadanía hace suya esa palabra. Pero los gobernantes que disfrutamos y los políticos que les apoyan en el Parlamento son revolucionarios y se han empeñado en hacernos felices, a su manera, y para ello han decidido cambiar las costumbres utilizando las leyes. Lo que profetizaba Alonso Guerra, pero no consiguió en su verdadera esencia, que a este país no lo conociera ni la madre que lo parió, lo está consiguiendo Podemos, con la ayuda de Pedro Sánchez que a su vez tienen la complicidad culpable de algo tan diverso y hasta opuesto como los herederos del terrorismo, Bildu, la derecha vasca, el PNV, y la izquierda catalana secesionista, ERC. En apenas tres años están cambiando esta sociedad no porque haya una demanda de cambio sino porque lo imponen desde la ley.
Lo han tocado todo y lo poco que queda, si no se rompen, lo harán en este año preelectoral. Y a ver si luego los que vienen --si vienen-- se atreven a cambiar lo que ya es ley. Estos gobernantes que quieren vernos felices por encima de todo nos dicen lo que debemos o no debemos comer (ministro Garzón, el más prescindible de todos los ministros prescindibles); dónde debemos comprar o no (los supermercados como enemigos, versión Yolanda Díaz); cómo debemos comportarnos ante el sexo, especialmente las mujeres, que las pobres no tienen ni idea (la inefable Pam, partidaria de que la madre de Abascal hubiera abortado); cómo deben comportarse los jueces, que son machistas y ultra conservadores (Irene Montero, Pablo Iglesias y otros); dónde se tienen que gastar el dinero los jóvenes (Iceta, en los toros no, por favor); qué pueden y qué no pueden hacer los malvados empresarios, diga lo que diga la ley (Sánchez y todo el Gobierno); quién puede comprar y quién no una casa en las Baleares o en Mallorca (sólo --con acento-- los de allí, los europeos, no, Irene Montero); si deben o no existir los medios privados (no, según Iglesias); como aprobar una reforma legal contra la prostitución por la tarde, e irse de putas por la noche (Tito Berni, pero lo suyo no es corrupción, lo del PP, sí); para qué les suben las pensiones a los abuelos (para que puedan ayudar a sus hijos y nietos, María José Montero); que cada cual tenga el género que quiera y lo cambie cuando le dé la gana (Montero); que los jóvenes entre 16 y 18 años puedan abortar o cambiar de sexo sin conocimiento ni apoyo materno, médico o psicológico (Irene Montero y Pilar Llop ministra de Justicia, corresponsable de la reforma); que los colegios y la Universidad sean sometidos a cambios que buscan adoctrinar y que rebajan más los niveles de exigencia, ignorando al profesorado (Celáa, Pilar Alegría, Subirats); con qué juguetes deben jugar los niños y las niñas (otra vez Garzón); que lengua tenemos que hablar y dónde (que no sea el español, Pere Aragonés y toda su panda); qué deben publicar los medios de comunicación (Isabel Rodríguez, portavoz del Gobierno)... y hasta cómo morirnos. No han dejado nada sin regular sin que la mayoría de las cuestiones fueran costumbre o demanda social. El escritor Samuel Johnson decía que “las cadenas del hábito son generalmente demasiado débiles paras que las sintamos hasta que son demasiado para que las rompamos”. Nos han cambiado la sociedad con leyes que sólo --otra vez con acento- responden a una ideología excluyente.