La constitución de EE.UU. no recoge el derecho a votar, convertido en un complicado trámite administrativo para los que desean hacerlo. Los gobernadores de los cincuenta estados pueden delimitar a su conveniencia los distritos electorales (gerrymandering) para la Cámara de Representantes y así mejorar sus resultados. Su sistema electoral ha permitido llegar a la Casa Blanca a candidatos con menos votos que sus rivales, como George Bush y Donald Trump en 2000 y 2016, y el escenario más realista es que una nación que tiene más desigualdad social que la Rusia de Putin, elija presidente a un anarcocapitalista condenado judicialmente, incluso si tiene que hacer campaña desde la cárcel. Esto empieza a parecerse a la decadencia del imperio romano, desde el caos en la gobernanza, hasta la indeseada consecuencia de una globalización que trasvasa riqueza a los territorios exteriores del imperio.