Cada cosa en su lugar

De un tiempo a esta parte la narrativa sobre las energías renovables se ha convertido en un tema recurrente.
 

Tertulias, publicidad, foros, enseñanza, obras de teatro, cualquier escenario o espacio público es usado para hablar de ellas. Sus defensores nos prometen por la vía de  “urgencia” conseguir un planeta limpio, descontaminado. 
 

Suena bonito. Pero silencian lo más importante: el consumismo. Curiosamente nadie habla (¿casualidad…?) de él, al menos con el propósito de encontrar una solución para ralentizar esta rueda despiadada y suicida a la que nos han enganchado.  
 

El consumismo es culpable, si no totalmente al menos parcialmente, de la destrucción del medio ambiente y acabar con los recursos limitados del planeta. O bien se frena o todo lo demás no servirá de nada.
 

Todo el mundo dice desear un planeta sano, limpio. El problema es que nadie quiere pagar el peaje para lograrlo. El ansia de consumir es más fuerte que la razón. Lo otro no deja de ser un deseo bonito y a la vez hipócrita.  Es cierto que necesitamos hacer algo. Ocurre que la urgencia de hacerlo puede resultar contraproducente, es decir, el remedio puede ser peor que la propia enfermedad. Pero ese sería otro tema.
 

Mejor sería dejar de jugar a las ocurrencias. Lo urgente es abordar lo del consumismo, empezando con campañas publicitarias y educativas (colegios, foros, medios audiovisuales, etc.) orientadas a reducirlo.
 

Vivimos en un mundo en el que las medias verdades son mezcladas en la coctelera mediática con las mentiras más absolutas, por lo tanto, cuesta creer que de repente exista tanta preocupación por extirpar las energías sucias.
 

Uno se pregunta si esa preocupación no estará dictada más por intereses económicos y financieros que por la salud real del planeta; hay movidas raras que le hacen a uno pensar en ello. Es cierto que una parte importante de la comunidad científica dice que el cambio climático es por culpa del hombre. Pero no es menos cierto que las variaciones en el clima han sido una constante en la historia del planeta.  
 

Por lo tanto, hay puntos de vista que deben ser cogidos con pinzas. Por la sencilla razón de que existe la posibilidad de que algunos autores estén siendo patrocinados por grupos económicos interesados.  
Lo único cierto aquí es que el calentamiento global no es invención de unos cuantos iluminados. Es una realidad. Y esto nos genera la pregunta del millón, ¿pudo el hombre haberlo acelerado?    
 

El planeta a través de su historia sufrió cambios en el clima en los cuales el ser humano nada tuvo que ver en ellos. Por ejemplo, las glaciaciones. En esa época las temperaturas bajaron drásticamente, haciendo que una parte de la superficie terrestre quedara bajo el hielo. 
 

La última finalizó hace 12.000 años. No obstante, hay quien sostiene que todavía no ha terminado, alegando que lo hará cuando los casquetes polares se deshielen por completo. Y eso aun no ha ocurrido. De ello se desprende que las temperaturas sigan en ascenso. 
 

Es muy probable que la contaminación de los últimos 100 años, causada por la acción del hombre, esté acelerando el calentamiento. Pero ni siquiera eso podría ser afirmado al cien por cien. 
 

De lo que parece que no hay ninguna duda es que el calentamiento iba a producirse sí o sí. Es inevitable. Como también lo será la desaparición de nuestro planeta, junto con los otros  que lo acompañan en el sistema solar, incluido nuestro Sol, los cuales se transformarán dentro de 4 mil millones de años en una nebulosa de gas y polvo; popularmente llamada polvo de estrellas.
 

Toda persona sensata desea dejarle a las generaciones venideras un planeta limpio, respirable. Ocurre que la urgencia para conseguirlo huele a cuerno quemado, usando las palabras de un vecino ya fallecido.
 

El afán de hacer de las energías renovables el negocio del siglo levanta ciertas sospechas; los mal pensados lo llaman el “capitalismo verde”. La pregunta aquí viene rodada,  ¿desde cuándo a las transnacionales les interesa la salud del planeta?  
 

El recelo en estos casos está justificado. Los nuevos “conversos” generan bastante preocupación, 

incluso incredulidad. 
 

Demasiados intereses para tantas bondades.

Cada cosa en su lugar

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