La muerte de Félix Millet condenado por el “caso Palau”, la próxima rehabilitación de Pujol y otros casos de corrupción recuerdan a Cataluña como un oasis de impunidad. Sus dirigentes políticos, empresariales y sociales “tienen bula”, expresión que según el Diccionario Fraseológico del Español, significa “disfrutar de ventajas y trato de favor para hacer lo que quieran, que están vedados a otros” y la utilizan riéndose de los demás españoles o echándole la culpa a Madrid.
La primera bula es la agresión a la verdad, la manipulación de los hechos históricos, culturales, deportivos -sigan el Barçagate- y sociales que convierten en mentiras descaradas. Fabrican relatos que alimentan su complejo de superioridad o su victimismo, según convenga, para fomentar el odio a todo lo que suene a España.
Son innumerables las paranoias del independentismo. La más sobresaliente es la persecución del castellano, la segunda lengua más hablada del mundo, incumpliendo las sentencias de los tribunales que obligan a impartir al menos un 25% en la lengua común del Estado. Y no pasa nada.
Fue vergonzoso el manifiesto de 170 lingüistas reclamando el catalán como única lengua, como el que firman ahora un millar de médicos para atender a los enfermos en ese idioma. Uno de los firmantes afirma sin ruborizarse que “es una evidencia científica que hay que hablar a los pacientes en catalán por bien de su salud”. ¿Pensarán potenciar el idioma con medidas como esta? Que los pacientes no entiendan al galeno importa menos.
La penúltima bula la protagonizó la portavoz de Junts, Mirian Nogueras, “apartando” la bandera española en la sala de prensa del Congreso. La presidenta Batet le envió una carta conminándole a que “¡no lo vuelva a repetir!” y seguro que está temblando. El paradigma de fobia al castellano fue el hecho despreciable de la profesora que agredió a una niña por pintar la bandera y escribir ¡Viva España!.
Y lo más reciente fue el desplante de Aragonés y Colau al Rey negándose a recibirlo a su llegada al Mobile World Congress. Dos paletos auto ofendidos que institucionalizan la descortesía hacia el Jefe del Estado delante de altos directivos de las empresas más importantes del mundo.
El World Congress trae inversiones y prosperidad -además de imagen- a Barcelona, su impacto económico se estima en torno a los 350 millones de euros. ¿Cómo explicar a esos congresistas el boicot chulesco de las dos primeras autoridades de Cataluña al Jefe del Estado que, además, es el activo político más importante y reconocido que tiene España?
“No toleran y atacan a quien piensa diferente, esto no ocurre en ningún país de Europa”, dice un profesor de Ámsterdan que reside en Cataluña. Nada que añadir.