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Las horas no tienen reloj, sin embargo, afirmamos: «Tenemos las horas contadas». Lo decimos convencidos de que van a venir las horas y nos van a contar de segundos a minutos y de minutos a horas, pero no lo van a hacer, porque no tienen reloj. Quizá sí la inclinación de contarnos. ¿A quién en el universo no le gusta contar y contarse las horas? Hasta a las horas les gustaría contarse, pero no pueden, no tienen reloj. Y no, no es porque no tengan muñeca a la que atarlo, ni bolsillo donde guardarlo, no lo tienen porque los relojes no se lo consienten, y ellos lo pueden todo, también con nuestras vidas y haciendas. Los relojes son a golpes, dueño, y a fieras dentelladas, amos.


Los relojes, y así me ha sido revelado, son los amos del mundo, tanto que tampoco al mundo le consienten que vista de reloj sus horas.


La tiranía de los relojes sobre las horas es la más cruel de las opresiones, y no creamos que no nos incumbe, porque lo hace, tanto que desde que ellos gobiernan nuestras horas son relojes que nos macan las horas, que nos las cuentan, que no buscan y nos encuentran, y cuando lo hacen nos muerden el alma. Qué triste ver a nuestras horas enzarzadas con nuestras almas, cercándolas, desgarrándolas, como si no fuesen nuestras y de ellas. Pero nada pueden hacer, ellas no mandan, mandan los relojes; lo digo, y me estremezco. Una golondrina se ha golpeado contra el cristal de la ventana, y le he dicho, tienes las horas voladas.

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