La guerra entre nosotros es una enfermedad a la que hay que poner sanación. No tiene sentido caminar solos, cuando nos mueve el mismo andar y nos conmueve idéntico horizonte. Está bien conciliar aires y reconciliar navegaciones, para sumar remos y abrazar historias que nos fraternicen. Para desgracia nuestra, en diversos territorios resurgen pugnas y viejas divisiones que se creían en parte superadas. En consecuencia, reconozco que es más necesario que nunca, modificar comportamientos y actitudes, ponerse de servicio y trabajar la concordia como abecedario de luz. Seguramente, también los consejos de seguridad, deban redoblar sus esfuerzos para achicar las violaciones colectivas, la esclavitud sexual y otras formas de terror, utilizadas como táctica de ataque, para someter y desplazar a las poblaciones. Abandonemos las luchas y protejamos la autosatisfacción de uno mismo, será un buen propósito.
Necesitamos vernos, seguramente de otro modo y manera, conocernos y reconocernos más auténticos y transparentes, para aminorar las tensiones y cualquier amenaza que nos torture. Está visto que cuanto más dure este ambiente desolador y enfermizo, más se enraizará en la especie el veneno y las repercusiones serán impredecibles. Sin duda, hay que llamar al orden con la ayuda humanitaria, que es lo que realmente aglutina simpatías y no antipatías, convencerse de que tampoco tenemos que dejarnos vencer por la maldad, tomar la visión solidaria sobre la salud humana y planetaria, sabiendo que, frente a la multitud de crisis, nos queda el diálogo sincero y escucharnos más, no como un mero objeto productivo, sino como un ser en donación colectiva, de participación y de no resignarse, aunque para ello tengamos que enfrentarnos personalmente.
En efecto, somos gente de acción, pero no podemos trabajar bajo el cañón de la desconfianza, requerimos el saneamiento de nuestros interiores, no para hacer un espectáculo, sino simplemente para desterrar de nosotros el orbe del sufrimiento, que está ahí en cualquier esquina del camino.
Tampoco podemos cerrar el oído al grito de tantos seres indefensos que resisten absurdas batallas.