Agnatos y sonetos

El esfuerzo del antediluviano en la preservación de su especie es cíclico y solidario, como lo es el del orbital discurrir de los cuerpos celestes, en la tarea de dotar de sentido el sinsentido del universo.


Todos los años estos seres sin parangón, en el imaginario de los ríos, abandonan las aguas marítimas para embarcarse en una aventura en la búsqueda de esos fluviales espacios que guardan aún en su seno el tibio recuerdo de su dilatado estado larvario.


En ese peregrinar se topan con peligrosos depredadores, también el hombre, y lo aceptan con resignación, lo que desconocen son las leyes que rigen sus destinos en las mesas de esas mansas bestias que son los comensales. Y no me refiero solo a sus capacidades culinarias, sino a su precio en plaza y peso en la cuenta, que fluctúa, como el de cualquier rareza entre la escasez y el albur económico, condenando a las humildes lampreas a ser pasto de «soberbios» seres «mandibulados». Pero no todo es mercadeo, cabe también la poesía en estos egregios oficiantes, prueba de ello son estos versos de LotoPSeguin en favor del apasionado degustar del vate «ourensano» César Santamarina: «Hyperoartias/ flores de los agnatos,/ monstruos de la razón culinaria,/ sabed que esa luz que os cerca/no es artera red de pesca sino inspiración redentora del poeta.../ que ha de loar allí donde os halle⁄ vuestras excelencias ⁄ con la desnuda arte de sus sonetos. Sea este su postrero homenaje.

 

Agnatos y sonetos

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