25 de abril

Primer misterio; la degustación de la pasión de dios en la boca de la primavera. No es el rocío que embelesa la tierra, ni el rojo pétalo de la delicada flor que lo ilumina, tampoco el deseo irrefrenable de morir de amor, es solo la crucifixión del dios hecho hijo en la placenta de la humanidad hecha primavera.


Los abriles, «aguas miles», no son solo días borrachos de soledad floral, hay en ellos algo revolucionarios, pero no a lo Pablo, sino a lo Pedro, ese ignoto pedazo de roca que el maestro sacó del fondo de la superficie del mar, como se saca la boya del cebo, para un fin cercano a la humana construcción de la idea. Hablo de la Revolución de los Claveles, la más hermosa primavera que la convergencia de los jardines de la solidaridad humana hayan alcanzado a alumbrar. En ella, un ejército cansado de derrotarse en terribles victorias se replegó para ganarse en el más granado ser de la flor, la de su pueblo, retenido en la red sin estaciones de toda dictadura: «Grândola, Vila Morena/Terra da fraternidade/ O povo é quem mais ordena/Dentro de ti, ó cidade».


En ocasiones, los pueblos no se conforman con crucificar al hijo de dios, sino que no dudan en devorar al padre para una redención inconmensurable, la de la carne hecha alma, la del alma hecha piel, la de la piel hecha alma, nada escapa a nada, nada escapa, todo permanece para no ser, esa es la verdadera revolución, la de no ser para ser en todos y que todos sean en ti.

25 de abril

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