Con “La retornada” (2018) conseguía el Premio Campiello; con “La edad frágil” (2025) logra el prestigioso Strega. De por medio, en 2023, obtenía el Tropea con “Mi madre es un río”. Estas y otras distinciones son elocuentes muestras de la exitosa trayectoria narrativa de Donatella di Pietrantonio, italiana del norte del país; tierra de cordilleras y bosques, de pueblos dispersos y oscuros, escondidos y hasta recónditos.
Escritora precoz, natural de los Abruzos –de Teramo concretamente– cuyos paisajes (naturaleza poderosa y hostil) recrea en varias de sus novelas (“La edad frágil” una de ellas) junto con la existencia de sus gentes, apegadas a un tiempo casi inmóvil, anclados en una ruda existencia, atados a la tierra misma y enraizados en ásperas relaciones humanas que generan una convivencia hostil, violenta, en la que la agreste escenografía y el mundo animal son factores vivos y determinantes.
El título quiere llevarnos claramente a un pequeño grupo de personajes vinculados por la edad, la familia y la amistad y cuyo eje parece ser la joven y díscola Amanda, con sus abundantes crisis íntimas, su malestar existencial y sus enfermizas inseguridades envueltas en gestos y actitudes contestatarios, desafiantes.
Ello nos porta (en frecuentes vueltas y giros del curso de la historia y del retrato de la protagonista, por medio de diversas heterocaracterizaciones) a la cercanía de la novela de autoformación, si bien la clave estructural de la citada modalidad narrativa (la figura del guía o mentor aquí protagonizada por el padre y el abuelo) es en este caso polémica y obstaculizadora; negativa, pues, forzada por la inmadurez, las contradicciones e inquietudes brotan en el proceso de formación de Amanda.
La historia aquí referida está contada por varios narradores que pluralizan el punto de vista. La deriva de los acontecimientos con las muertes de dos jóvenes hermanas y el posterior despliegue policíaco y de prensa, da lugar al enfrentamiento y la agitación del pueblo todo y, de paso, a la atención hacia el asilvestrado Ciarango, recluido en el monte por voluntad propia, como un animal más, y acusado por algunos de los crímenes, provocadores de rencores y maledicencias secretas de los vecinos.
Punto fuerte de esta novela resulta ser la solidez y reciedumbre de su prosa; un lenguaje narrativo desnudo y cortante con una expresividad bronca y directa, lograda a base de una convincente economía de medios. La reciedumbre de la que hablamos se refiere también a personajes de palpable hondura humana y de reservados silencios en la dialéctica de quienes se mueven en lo “frágil “ de la misma. El laconismo verbal es una constante del texto.
En fin, en el homenaje a su tierra, en su puntual contemplación, resalta la autora su grandeza (véase la alta y helada soledad del “Diente de lobo” ) pero también el hosco y duro trabajo de pastoreo y la lucha por la supervivencia, que incluye el esfuerzo para que los jóvenes salgan adelante en una difícil encrucijada en la que pasado y presente entran en conflicto, como también la conservación de la propiedad de la tierra y de sus componentes identitarios (incluidos los dialectos, gentes y costumbres) frente a los grupos antiecologistas, depredadores de la naturaleza como los que en Brasil redujeron a cenizas partes sustantivas de la selva amazónica.
En definitiva, “La edad frágil” es un novela polémica con mensajes de progreso auténticos y de dolorosas tensiones humanas que en estos días son noticias de prensa tan frecuentes como desastrosas.