Ángel Loureiro: “Me interesa mucho la memoria de lo que no llegó a ser”

Ángel Loureiro: “Me interesa mucho la memoria de lo que no llegó a ser”
Loureiro, en el paseo de Valdoviño durante su última visita a Ferrolterra

Cinco generaciones de una estirpe que en la ficción inaugura un niño de 14 años que busca fortuna en la emigración cubana es el marco narrativo de “El fuego en el que ardemos”, la segunda novela de Ángel Loureiro, catedrático emérito de la Universidad de Princeton. En ella desarrolla un intenso ejercicio de la memoria que pudo ser y que las circunstancias impidieron que fuera. 


“Como primera novela”, explica, “tiene muchos elementos autobiográficos, no en el sentido de que yo esté presente en ella, que no lo estoy, sino como una especie de historia social de una ría gallega que obviamente, aunque no se dice, es la de Ferrol”.

 

¿La idea de la novela le rondaba desde hacía mucho tiempo? 
Me puse escribir un poco para ver lo que salía y si era capaz de escribir una novela: se acercaba la jubilación y siempre tuve la idea de intentar escribir ficción, pero nunca me había atrevido. Poco antes de jubilarme, en los veranos, me puse a ello. Así fueron saliendo la temática y los personajes, y todos se fueron alimentando de vivencias personales. Por ejemplo, yo siempre tuve fascinación por las grandes fincas de los indianos que estaban deshabitadas: nací en Sedes y desde casa de mi abuela se veía el tejado del chalé de Cabezas –en Castro–. Esta casa y otra de Fene ejercieron en mí una especie de embrujo, así que lo que hice fue inventarme una familia que habitase una de estas fincas.

 

Una saga de cinco generaciones hasta el presente... 
Sí, empieza con un pionero que se marcha a Cuba a los 14 años y, como hace algo de dinero, retorna y construye la casa. A medida que se van sucediendo las generaciones me fui basando en personajes que yo conocí en Fene y en Ferrol. Intenté reflejar la sociedad de esa época, esa pequeña burguesía ferrolana con ciertas pretensiones pero con poco dinero, de un mundo que luego se viene abajo, la decadencia del astillero, del comercio... Trato de reflejar el auge y el declive de la construcción naval, la irrupción del eucalipto en la zona...

 

Vive fuera de Ferrolterra desde hace muchos años, pero los recuerdos de la infancia son tremendamente poderosos. 
Hay cosas que te marcan de por vida y te quedan grabadas y todo eso, además, te va conduciendo a un elemento muy importante en la creación de una novela como es la documentación, que despierta recuerdos e información que de niño no conocías.

 

¿La contribución de los indianos a sus parroquias de origen está  reconocida lo suficiente? 
Se ha hecho la labor museística de documentar las casas y hay buenos libros sobre este fenómeno, pero es un campo en el que se puede trabajar muchísimo. Estudié mucho Cuba y, en particular, La Habana, para poder reflejarlo en la novela. En la historia social de la emigración hay una separación en clases muy grande. En la emigración más temprana, finales del XVIII, algunos se hicieron muy, muy ricos con la industria del azúcar, la construcción... e hicieron el Centro Gallego de La Habana, que junto con el Congreso sigue siendo hoy el edificio más espectacular de la ciudad. Los que llegaron a finales del XIX ya no encajan en ese medio, muy politizado, muy conservador, y entonces crean asociaciones locales y comarcales que donan mucho dinero para obras.

 

La memoria es el tema central de la novela. 
Es algo que me interesa mucho, en sus diferentes formas. Una es el rescate del pasado, pero también cómo cambia la memoria con el tiempo, cómo se desdibuja  e incluso se transforma y lo que uno cree recordar con seguridad luego, cuando habla con un hermano o una hermana, resulta que no era así. Le dedico mucho además a un tipo de memoria importantísima, la de lo que no pudo o no llegó a ser, y creo que eso fue habitual durante el franquismo. Todas las renuncias que tuvieron que hacer, la falta de oportunidades, la destrucción escolar que hizo la dictadura... A mi padre le mataron a su maestro a los 13 años y ahí se le acabó la escuela. Es decir, todo lo que esta generación no pudo tener y debería haber tenido. Los hijos de los obreros no pudieron ir a la universidad hasta bien entrados los años 70. Eso a mí me marcó mucho porque toda esa generación tuvo que vivir con la frustración de lo que le habría gustado ser y no pudo llegar a ser.

 

¿Cómo fue el cambio de explicar literatura a crearla? 
Ayuda muchísimo haber enseñado durante tantos años, pero eso no quiere decir que la transición sea automática: tiene que haber un elemento más. No obstante, a mí me sirvió mucho porque me permitió analizar la literatura desde el punto de vista de su construcción.

 

¿Seguirá en este camino? 
Sí, aunque sé que es muy difícil, sobre todo para una persona que empieza tan mayor. Las editoriales quieren gente joven y ayudarla a establecerse.

 

Y literatura un poco más ligera... 
Sí, se prefiere una literatura, por así decirlo, de consumo, que es lo que vende. Hoy, una literatura de los años 70 como la de Torrente nadie la publica. 

Ángel Loureiro: “Me interesa mucho la memoria de lo que no llegó a ser”

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