Los payasos de hospital, algo más que una nariz roja

Los payasos de hospital, algo más que una nariz roja
El colectivo reivindica la necesidad de una formación mínima común para que los clowns entren en contacto con los pacientes | aec

Llevan enormes narices rojas en vez de bata blanca, ya que no son médicos ni enfermeros. Pero el trabajo de los payasos de hospital aporta mucho a la mejora de los pacientes, especialmente de los niños, y, por ello, su labor requiere de unos conocimientos y una profesionalidad que este colectivo insiste en reivindicar.
“Hay voluntarios que hacen el trabajo con mucha dedicación, pero no son profesionales”, dice Mónica Culen, fundadora en 1991 de una de las primeras asociaciones de payasos de hospital en Europa y una de las organizadoras de la conferencia que reunió hasta ayer en Viena a casi 400 clowns clínicos. “Es necesario adquirir ciertas habilidades antes de poder entrar en contacto con los pacientes, que normalmente son niños y gente en situación vulnerable”, insiste Culen, miembro de la directiva de la Federación Europea de Asociaciones de Payasos Hospitalarios. También es presidenta de Red Noses International, la asociación que organiza estos días el congreso “El arte del clowning: conectando cultura, arte y ciencia”, en la Facultad de Economía de la Universidad de Viena.

Una de las ideas más repetidas es la necesidad de asegurar una formación mínima común para que los profesionales del clowning sepan cómo afrontar las diferentes realidades de los pacientes. Actualmente no existe ninguna formación estándar. Cada organización u hospital decide qué requisitos exige. “Lo fundamental es aunar la parte artística con la compresión de la situación, los sentimientos y el diagnóstico médico”, añade Culen. Una postura que comparte otro de los ponentes en el congreso, Giora Seeliger, director artístico de Red Noses Austria y que lleva casi 20 años tratando de profesionalizar el trabajo de los payasos de hospital.
“Trabajamos con grupos y artistas que son profesionales, y por eso reciben dinero por su trabajo”, explica para establecer la diferencia entre lo que define como “personas con buenas intenciones” y los “profesionales”. “Nosotros contamos con profesionales del espectáculo y les enseñamos cómo comportarse en un entorno hospitalario”, explica Michael Christensen, uno de los primeros clowns hospitalarios del mundo y cofundador en la década de 1980 del Big Apple Circus de Nueva York. “Cuando la gente nos veía entrar por la puerta, nos miraban con una mezcla de sorpresa y felicidad”, relata.

Aunque ya está retirado, sigue en contacto con el mundo del humor en hospitales y asegura que esa conexión mágica sigue existiendo entre los payasos y los pacientes. “Siento que pese a que la terapia con clowns es (ahora) más habitual, en muchos aspectos estamos como en los inicios de saber cómo integrar el humor y la sanidad”, reflexiona.

Los payasos de hospital, algo más que una nariz roja

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