DesDe que todo tipo de colectivos, alimentos, ani-malilllos, aficiones y cualquier cosa que se nos pase por la cabeza tienen su día, lo raro es encontrar uno en el que no se conmemore algo. El 11 del 11, con tanta individualidad en el número, solo podía ser el Día del Soltero. Pero, ojo, no de del soltero acciden-tal, ese que acaba de terminar una relación pero más pronto que tarde volverá a estar en pareja. Ni del soltero obligado, deseoso de tener con quién acurrucarse bajo la manta en el sofá. No. Hablamos del soltero orgulloso, el soltero por convicción. Ese que no agacha la cabeza avergonzado cuando en la carnicería pide un filete; sí, solo uno, sin disculpar-se, solo para una persona. Él (o ella, no empecemos con suspicacias) vive su soltería con satisfacción, cómodo con su elección de no compartir su espa-cio y su tiempo con medias naranjas o cuarto y mitad de costillas. Porque en esta realidad de poliamor, rela-ciones abier-tas, triejas o cualquier otra combinación, estar soltero es una opción de lo más saludable.