Vinimos, sobre todo los urbanitas, en una sociedad que, por cuestiones de conciencia ecológica, llora con amargura cada tala de un árbol. Es natural: entre tanto asfalto y cemento, un árbol es un verdadero amigo que nos limpia el aire, nos da sombra en verano y nos guarece en la inclemencia. Por ello, no es de extrañar que cada vez que la motosierra hace de las suyas, como estos días en el ferrolano Inferniño, los vecinos se hagan cruces. Ángel Mato ha prometido que en lugar de los chopos moribundos habrá pronto arces rojos. Esperamos con expectación.