Para el que necesita alimentar el ego, la irrelevancia debe de ser la peor de las condenas. Y en el esfuerzo por recuperar siquiera un chispazo de celebridad tiene que ir cada vez un paso más allá. Un insulto más grave, una acusación más delirante, un argumento más surrealista. Y por fin, aunque breve, la recompensa: su nombre de nuevo en los titulares. Aunque el precio sea la posibilidad de una visita a los juzgados. Es lo que le queda al que en otro tiempo fuera líder de lo que creímos que sería una nueva forma de hacer política y acabó por confirmarse como la misma forma de siempre de beneficiarse de la política y con un plus de decepción, por el engaño. De sentarse en la mesa de los que dirigen el destino del país a lanzar un mensaje desubicado a medio camino entre la fantasía macabra y el discurso de odio contra las fuerzas del orden. Qué lástima lo mal que sobrellevan algunos los cambios...