Ni el mismísimo Boris Johnson, en sus sueños más delirantes, habría imaginado que apareciese alguien que dejase quedar sus tremebundos desatinos en travesuras infantiles. La verdad es que la pobriña de Liz Truss se estrenó con un ridículo bastante considerable. Con lo feliz que estaba ella con su reforma fiscal y su supresión del tipo máximo del 45% del IRPF para las rentas más altas y tuvo que recular. Eso sí, mandó a su ministro de economía a dar la cara, no fuera el demonio que se la partieran. Pues sí, señoras y señores, la buena de Liz –con sus ocurrencias económicas— se cargó, en un plisplás, su credibilidad, la de su partido, la de la libra esterlina, la de los bonos de deuda pública y de todo cuanto hubiese en el Reino Unido de la Gran Bretaña que tuviese credibilidad. Si no llega a ser porque el Banco de Inglaterra se lanzó a comprar bonos a largo plazo como si no hubiese mañana, se hubiese cargado el país entero. Los de la bancada de enfrente se deben de estar frotando las manos. Van botar fume!