Me quedo con los sentimientos

Hay momentos en el que las palabras se quedan vacías para describir los profundos sentimientos del alma; ese movimiento del corazón siempre sorprendente y sorpresivo, que nos enternece y nos deja sin verbo para mover los labios. Son, entonces, las elocuentes lágrimas vertidas, las que nos suscitan vivencias y recuerdos, las que nos reviven encuentros y soledades, silencios y místicas; abecedarios, en suma, inolvidables; pues cada lamento, al igual que cada gozo volcado, enseña a los mortales una evidencia. Para desgracia nuestra, todos sin excepción, andamos hambrientos de certezas. La incertidumbre del mundo actual, antes que ser una crisis financiera, económica y social, es una inestabilidad de espíritu, de falta de discernimiento interior, o sea, de búsqueda de esa estrella para que nos ilumine en tantos valores perdidos, el principal el del amor de amar amor. Tenemos demasiados resentimientos metidos en nuestro interior que nos impiden mirar y ver, llorar y reír, ser nosotros mismos con nuestros llantos y alegrías. Es fundamental, a mi manera de ver, que el ser humano vuelva a reencontrarse consigo mismo, liberado de tantas cadenas que nos acorralan y atrofian como seres pensantes. 
Dejémonos mover, en efecto, por  la poética preocupación de la benevolencia. No quedemos encerrados en nosotros mismos. Sin inquietud somos estériles. Salgamos a navegar con el deseo de hallarnos familia. Jamás nos acomodemos en nuestro yo. Nos debemos a los demás de manera directa, más allá de las meras palabras. No de modo abstracto. Riamos y lloremos juntos. Tampoco importa el parentesco. Venimos de un mismo tronco. Requerimos de lo armónico para crecer. Por ello, como decía el inolvidable filósofo y escritor español, Miguel de Unamuno, allá por el siglo pasado: “hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento”. ¡Cuánta razón hay en ello!. Pensar es mucho más interesante que hacer carrera; y, al complementarlo con buenos sentimientos, es más fructífero que tener poder. Ya está bien de que el ser humano se incline por costumbre o adoctrinamiento, a ir en pos del dinero o del dominio. Avancemos hacia dentro, despertemos a la vida, que no es otra cosa, que donarse y perdonarse, lo que verdaderamente nos da aliento y buen ánimo. 
Nuestra acción deja de tener sentido en la medida que dejamos de sentir por los demás, de servir a los demás. Por ello, la gran enfermedad del siglo actual es el egoísmo. Así surge la gran crisis de la familia, como yo no siento, corto el vínculo que me une y me olvido de la promesa de unión y unidad. Nada es definitivo, todo lo hemos vuelto provisional. Ahora me apetece una cosa, la lleva a cabo; mañana no me apetece, la abandono. Me deshago de ella. Nos hemos convertido en auténticas piedras inservibles, en parte por esa ausencia de principios morales. Ellos son los que verdaderamente nos sustentan. Sólo, de este modo, con esa comprensión profunda por el ser humano, podremos trabajar con eficacia para que esta sociedad pueda cambiarse, pueda reconstruirse respetando la dignidad, la libertad, el derecho de toda persona. Lástima de aquel ser que se deja dominar por el aislamiento, la ingratitud, empobrece sus horizontes de vida, rebaja sus energías internas, arruina su presencia e impide el adecuado crecimiento de su personalidad. De ahí, lo difícil que es hoy en día hallarnos con semejantes en un estado de completo bienestar físico, mental y social.
A poco que salgamos de nuestro ser, ciertamente, veremos a gente sola, con la tristeza en la mirada, ausente, sin ganas de vivir; y es que, la depresión hoy en día, afecta a nacidos de todas las edades y condiciones sociales y de todos los países. Provoca angustia mental y afecta a la capacidad de cualquiera para llevar a cabo incluso las tareas cotidianas más simples, lo que tiene en ocasiones efectos nefastos sobre las relaciones con la familia y los amigos y sobre la capacidad de ganarse la vida. En el peor de los casos, este hundimiento del individuo puede provocar el suicidio, que actualmente es la segunda causa de muerte entre los de 15 a 29 años de edad. Si en verdad fuésemos más solidarios, acompañaríamos a estas existencias, pues el amor es el significado último de todo cuanto nos rodea, y, por ende, la receta más liberadora del ser humano. 
Sentir y pensar, considerándolo bien, son palabras que se complementan, ya que ambas se requieren mutuamente para experimentar, percibir sensaciones, o estados de ánimo, que sin duda se encuentran en estrecha  vinculación con la actividad intelectual. Desde luego, el mundo no puede cambiar sin la renovación de su gente. Quizás, por ello, la gran asignatura pendiente de nuestra época sea la de dejar de vivir para sí mismo y por sí mismo. 

Me quedo con los sentimientos

Te puede interesar