Los humanos somos gente apasionada

El mundo tiene que encontrar la luz, por muchas dificultades que hallemos en el camino. Por propia razón de ser y de cohabitar, somos gente apasionada. Ahí radica la expectativa de volver a ilusionarnos. Nuestros predecesores también trabajaron con su propio espíritu, y así dieron fortaleza a tantas organizaciones solidarias, a tantos horizontes que parecían imposible de abrazarlos, pues nunca es tarde para recomenzar nuevos vuelos, si en el empeño ponemos coraje y esperanza, naturalidad y comprensión. Cuántas veces nos perdemos de vista a nosotros mismos y no nos reconocemos en situaciones vividas. Quizás tengamos que salirnos de esta mentalidad mundana, que todo lo vuelve oscuro, para tomar otros caminos más generosos, de mayor donación entre análogos, y también de mayor compromiso hacia nosotros mismos, con el fin de regenerar la propia especie de la que formamos parte cada cual, haciéndolo más desde el corazón que desde el cuerpo; y, en todo caso, en armonía con la mente. 
Cada vez que un ser humano defiende un ideal, actúa para crecernos, para mejorar nuestra existencia; o si lucha contra una injusticia, lo hace también para restablecer lo armónico, el sosiego entre todos los moradores. Así surge Unicef, hace setenta años, con personas apasionadas, cuyo objetivo primordial fue poner amor  para proteger vidas, proporcionar ayudas a largo plazo y dar aliento a esos niños que estuvieran en peligro a causa de conflictos, crisis, pobreza... Es público y notorio que la labor de esta organización, encaminada siempre hacia los chavales más desfavorecidos, excluidos y vulnerables, nunca ha sido tan importante y urgente como ahora, en parte también por los efectos del cambio climático. Hoy más que nunca hace falta ablandarse y poner furia para enhebrar consuelo. De veras cuesta entender la pasividad de algunos Estados para cobijar a los refugiados. Las cifras no pueden ser más alarmantes. La agencia de Naciones Unidas acaba de indicar “que un promedio de 14 personas murieron al día en el Mediterráneo en 2016”. Realmente, esta situación nos deja sin palabras. ¿Dónde están nuestras inquietudes?. Podríamos haber sido cualquiera de nosotros los perecidos. En consecuencia, debiéramos tener el valor de liberarnos de nuestras falsas luces, y encontrar la buena estrella, como han hecho en otro tiempo los santos Magos, dando más crédito a la bondad de un Niño (en su inocencia) que al aparente esplendor del poder (en su pedestal).
Ellos, los Magos de Oriente, sí que fueron auténticos buscadores de auroras, nos enseñaron a  no complacernos con un comportamiento trivial, sino en ahondar en nosotros, en dejarnos penetrar por lo efectivamente importante para nuestro caminar, como es el cultivo de las virtudes y la labranza de la evidencia como pulso. Ojalá pongamos entusiasmo en todo lo que hagamos en este 2017, que por otra parte es un gran signo de salud espiritual, sobre todo a la hora de comprenderse. Por muy creciente que sea la diversidad de culturas, no son enemigos o contrincantes nuestros, sino compañeros de andanzas a los que hemos de acoger y querer. De hecho, la concordia es una dimensión esencial del ser humano, puesto que no se entiende su existencia, sin su carácter relacional. Bien es cierto que nos hemos globalizado, ahora nos falta familiarizarnos, pues todos compartimos un destino común, el de contagiarnos de amor y no de guerras, de luz y no de sombras,  de vivencias y convivencias, abriéndonos y no cerrándonos.
Indudablemente, hemos de poner más interés en lo humano. Causa gran dolor que, en muchas partes del mundo, perennemente se golpeen los derechos humanos fundamentales. Si en verdad, todos los líderes del mundo pusiesen más clemencia y fervor en lo que hacen, tuviesen más solidaridad y empatía con todas las culturas, más entrega y generosidad a la hora de servir a la ciudadanía, y no de servirse de ella para sus oscuras transacciones, habríamos tenido menos conflictos. De ello, no tengo ninguna duda. El ser humano ha de despojarse de todo y ofrecerse en su totalidad y para toda la humanidad. Tal vez, debiéramos cultivar mucho más nuestros interiores, poner más en práctica el respeto como primera condición para saber ofrendarse, pues si la bondad es el principio del buen fondo, respetar es el principal freno de todos las inmoralidades. Cuando los que mandan pierden las composturas del buen estilo, también los que obedecen abandonan la compasiva textura y todo se convierte en un caos. Sin duda, nos hace falta un nuevo orden más humanista para que brille una sola humanidad humanizada.
Podemos conseguirlo poniendo más ímpetu, conciliando y reconciliando ideas y sueños, sabiendo que aquella persona reconoce a todo ser humano como parte de sí. 

Los humanos somos gente apasionada

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