Los verdaderos pirómanos

circula con profusión estos días un libro en el que cuatro ilustres nacidos y vividos en Cataluña aportan, cada cual por su lado, una serie de consideraciones con la pretensión de favorecer el diálogo y el acuerdo como “único marco para resolver las diferencias” que han crispado el litigio territorial en nuestro país y el catalán más en concreto.
El libro (329 páginas) lleva por significativo título “Escucha Cataluña, escucha España”. Son sus autores los exministros del PSOE Josep Borrell y del PP Josep Piqué, el catedrático constitucionalista Francesc de Carreras y el notario Juan-José López Burniol. Los cuatro se manifiestan “sin ambages” en contra de la secesión.
Por lo que al capítulo firmado por Borrell se refiere, me ha dado la impresión de que al ex ministro socialista se le ve demasiado el plumero de su militancia de partido, de la que en una obra de “reflexión” como la que comentamos debería haberse distanciado en mayor medida. Tanto aquí como en alguna colaboración periodística más reciente, viene a cargar las culpas sobre los Gobiernos del PP, que –a su juicio– habrían hecho de pirómanos y ahora no quieren o no saben hacer de bomberos.
Aun así, reconoce que el proceso que inició Pasqual Maragall –socialista– allá por 2003 y que desde Moncloa alimentó el “optimismo antropológico” de Zapatero –también socialista– fue una suma de despropósitos, aunque uno y otro estuvieran animados –suaviza- por las mejores intenciones.
En lo que sí se muestra más rotundo es en considerar que fue un “enorme error político” someter a referéndum un estatuto de autonomía (junio de 2006) sin haber antes efectuado su test de constitucionalidad… para, a pesar de la larga resistencia socialista, acabar el TC (julio de 2010) podando buena parte del texto… cuatro años después de su entrada en vigor. Tiene toda la razón el ex ministro. Fue un despropósito.
Pero lo que omite es que ello pudo ser así y así fue porque el primer Gobierno de González –socialista– había derogado el recurso previo de inconstitucionalidad contra proyectos de estatutos de autonomía y leyes orgánicas, que, de haber estado en vigor, hubiera paralizado el procedimiento y evitado el despropósito. El recurso normal de inconstitucional presentado por el PP (julio de 2006) más los otros seis que siguieron llegaron necesariamente tarde. Que la demoledora sentencia del TC generó –según Borrell– un sentimiento de humillación que ha reforzado las motivaciones emocionales a favor de la independencia, puede darse por cierto. Pero no cabía otra cosa. El mal estaba en el estatuto propiciado por el PSOE, no en el recurso ni en la sentencia.
Así pues, sorprende que quienes han tenido tamañas responsabilidades en el desaguisado denuncien supuestas culpas ajenas como si de aquellos polvos no hubieran venido estos lodos. No habrá que olvidar, por ejemplo, que el hoy escandalizado Alfonso Guerra fue el presidente de la Comisión Constitucional cuando el texto pasó por el Congreso. Y entonces no dijo ni mú.

Los verdaderos pirómanos

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