Rajoy no pierde la calma

Hay quien ha escrito que el ambiente de estos días, con la corrupción martilleando a políticos, empresarios, fiscales, periodistas y policías, está recordando la atmósfera irrespirable de la legislatura del 93-96 cuando Felipe González sangraba por los cuatro costados y su Gobierno se disolvía como un azucarillo putrefacto.
Fueron tiempos, en efecto, en que en pleno debate sobre el terrorismo de Estado y la utilización fraudulenta de los fondos reservados de Interior se reabría la investigación judicial por el secuestro de Segundo Marey; un procedimiento que, como se recordará, terminó con José Barrionuevo convertido en el primer ministro de la restaurada democracia española que ingresaba el prisión para cumplir condena.
Habida cuenta de la gravedad y alcance de los hechos, pretender ahora comparar a la iguala o establecer analogías entre ambos momentos parece, pues, una más de las muchas hiperactuaciones que se están produciendo. El espectáculo que entonces se montó con el ya expresidente Felipe González, altos dirigentes del PSOE y varios miles de militantes socialistas llegados en autobuses fletados al efecto acompañando y jaleando al condenado hasta la misma puerta de la cárcel, hoy, cuando no se puede ni mirar de reojo a un simple imputado, hubiera sido inimaginable.
Por fortuna, en medio de los sobresaltos, del acorralamiento político y mediático, de las filtraciones impunes de sumarios en curso, de las renovadas penas de telediario y de la abolición de facto de la presunción de inocencia, Rajoy no pierde la calma, al menos de cara al exterior. Y es de agradecer. Otra cosa será la procesión que en los altos despachos de Génova vaya por dentro.
El presidente pide dejar trabajar a la Justicia, se aferra al “quien hace, la paga”, desdramatiza sus comparecencias ante jueces y oposición, evita la ruptura de la negociación presupuestaria –aunque salga carísima– para que la recuperación económica no se vea afectada por la inestabilidad política, e incluso con la experiencia de quien está de vuelta de muchas cosas, se permite aconsejar resignación a alguno de sus baqueteados ministros: “Son cosas que pasan”. Rajoy es un experto en resistir y –según dicen los que pasan por enterados– nunca liderará una operación de contraataque a pesar de que bien sabe que el gran objetivo a batir es él.
Con todo, si ya en la práctica los secretos han desaparecido porque todo el mundo tiene su filtración particular, el oficial Consejo de la Transparencia y Buen Gobierno ha terminado poner la guinda del absurdo al recomendar que los altos cargos publiquen de oficio sus agendas de trabajo para saber así con quién se reúnen. Argumenta que ello tiene un indudable carácter de información pública. Otro brindis al sol y otra hiperactuación. Debe de ser terrible eso de tener que gobernar sin espacios para la discreción.

Rajoy no pierde la calma

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