Una Europa diferenciada

La idea de una Europa a varias velocidades no es nueva. Realmente ya se viene funcionando así, con países, por ejemplo, que no se han incorporado a la zona euro y a los que no se les ha esperado para profundizar en la unión económica y monetaria. Los cuatro del llamado grupo de Visegrado que se incorporaron en 1991 (Polonia, Chequia, Eslovaquia y Hungría) van también un poco a su aire, con sus problemas comunes como el de los refugiados.
Pero de un tiempo a esta parte el escenario mundial ha cambiado de forma radical y es lógico que los grandes países fundadores de la Unión se replanteen el futuro de la misma: la pervivencia de sus valores y una mejor nueva forma de organización. Es ciertamente un momento crucial.
Los populismos euroescépticos golpean las puertas del palacio; por primera vez un Estado miembro –Gran Bretaña– está a punto de iniciar la desconexión; y al otro lado del Atlántico Donald Trump, el nuevo inquilino de la Casa Blanca, amenaza con acabar con el orden geopolítico creado tras la segunda guerra mundial, del que la Unión Europea ha sido y es pilar fundamental.
Francia y Alemania pilotan el movimiento en estas vísperas del 60 aniversario del Tratado de Roma, el acuerdo, como se sabe, que alumbró la Comunidad Económica Europea, predecesora de la Comunidad Europea y, por último, de la Unión Europea tal como hoy la conocemos.
Fue tema central en la reunión que con el presidente François Hollande como anfitrión mantuvieron hace unos días en Versalles la canciller alemana, Ángela Merkel, y los primeros ministros de Italia y España, Paolo Gentiloni y Mariano Rajoy, respectivamente.
Dicen que este fue el más reacio a ese nuevo enfoque de la “cooperación diferenciada”; a esa Europa a la carta con distintos grados de integración según la voluntad de cada cual. Defensa, emigración, clima, paro y Brexit serían cuestiones prioritarias.
También la Comisión Europea, a través de su presidente, Jean Claude Juncker, ha presentado su libro blanco al respecto: cinco escenarios para refundar la Unión Europea a 27, uno de los cuales es la constitución de grupos de países que avanzarían en las áreas que considerasen oportunas, dejado libertad para que el resto se incorpore cuando quiera y pueda.
“La idea de una Europa diferenciada ha suscitado mucha resistencia”, ha reconocido el presidente Hollande. Pero. a su juicio, Europa explotará si no se impone. “Hasta ahora el problema fundamental –ha explicado– no ha sido tanto el sentido de las decisiones como la lentitud a la hora de hacerlo. Los modos de decisión no están adaptados al mundo de la urgencia. A fuerza de querer hacer todo a 27, el riesgo es no hacer nada en absoluto”. Tal vez no le falte razón.

Una Europa diferenciada

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