En medio de la vorágine

Si inicialmente el Gobierno se dio un plazo máximo de seis meses para convocar elecciones en Cataluña, lo cierto es que entre los miedos excesivos de Moncloa a la aplicación prolongada en el tiempo del 155, las prisas de unos (Ciudadanos) por aprovechar los vientos favorables de las encuestas, y los recelos confesos de otros (Partido Socialista) a la intervención extraordinaria que la Constitución permitía, Rajoy optó por fijar en el próximo 21 las elecciones en cuestión. Demasiado pronto.
Ya entonces no pocos alegaron que, por su inmediatez a los acontecimientos, una tal llamada a las urnas no podía ofrecer las condiciones y el ambiente de sosiego mínimos indispensables para el ejercicio libre del derecho a elegir.
Y el tiempo les está dando la razón. Porque ya no cabe hablar de inmediatez, sino de simultaneidad. Y es que aquellas elecciones que, según la mejor lógica, deberían tener lugar en un futuro libre de prisas y condicionadas a la recuperación de la tranquilidad, se van a celebrar en medio de la vorágine judicial y política de cada día. No se ha esperado tampoco a la elemental reconversión de los aparatos de propaganda en auténticos medios públicos.
Pero, en fin, así van a ser las cosas y ya estamos asistiendo a algo tan inverosímil como que unos golpistas consumados puedan volver a presentarse e incluso a gobernar si el resultado de las urnas les es favorable. En este sentido escribió hace unos días el profesor Jorge de Esteban que cuando se produce un golpe de Estado como el que acabamos de presenciar, en una democracia como la nuestra no se puede esperar a que se sentencie a los golpistas para evitar que vuelvan a ser candidatos, porque ya sería tarde. En Estados Unidos, por ejemplo, no lo podrían haber hecho.
¿Qué va suceder el próximo 21? Cualquier cosa. Serán en todo caso unas elecciones muy mediatizadas por la suerte judicial que corran presos y fugados y por el momento en que ello se produzca. De los todavía volátiles sondeos cabe concluir que habrá mucha igualdad entre los dos grandes bloques.
Y aquí viene lo que más desconcierta: que los considerados constitucionalistas no lleguen a arrasar teniendo enfrente a unos insensatos que conformaron el mayor desgobierno de la comunidad; que han dejado su economía hecha unos zorros; que han mentido a sus propios electores y se han enterado tarde de no estar preparados para la independencia; que sintiéndose ciudadanos de una república catalana se presentan a las elecciones en una España que no los entiende, los roba, los oprime y los muele a palos (Rufián dixit), y que por recomendación de su prófugo presidente reniegan de sus principios con tal de salir “como sea” de la cárcel.
Pues bien, aun así, los golpistas pueden ganar y volver a gobernar. ¿Se entiende?

En medio de la vorágine

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