Elecciones: ¿por fin?

Cuán lejos está el momento presente de aquel esperanzado horizonte que para el antiguo Israel había profetizado el gran Isaías y que nos ha recordado el tiempo litúrgico de Adviento que esta medianoche concluye: “de sus espadas forjarán azadas y de sus lanzas, podaderas”. Cuán lejos de aquella idílica paz mesiánica en la que “el lobo habitará con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito y el ternero y el león pacerán juntos”.
Así es: casi treinta siglos después de este preconizado gran espacio de armonía y concordia, una nueva intifada –la tercera gran revuelta desde hace tres décadas- está llenando de violencia, piedras y hostilidades la ciudad que es considerada santa para las tres grandes religiones monoteístas y de alguna manera también para todos los hombres de buena voluntad.
Y es que en un gesto tan simbólico como demoledor el presidente norteamericano, Donald Trump, ha reconocido a la milenaria y siempre atribulada Jerusalén como capital de Israel y ordenado trasladar allí su embajada. De esta manera, de los 86 países con misión en aquel país, Estados Unidos será el único que no estará en Tel Aviv.
Aunque la mudanza tardará años y puede que nunca se materialice como ha ocurrido hasta ahora, lo cierto es que el anuncio rompe con cualquier atisbo de neutralidad por `parte de Washington, al tiempo que abre un ciclo sombrío para las agónicas negociaciones entre judíos y palestinos y, en consecuencia, para la paz en la región.
Ha alegado que se trata de una promesa electoral; de la aceptación de un hecho consolidado tanto por el pasado como por el presente; de una decisión que viene a reconocer lo obvio y a dar cumplimiento a un mayoritario acuerdo (1995) del Congreso de su país.
Así pues, con la facilidad con que se ha quitado de encima otros grandes compromisos internacionales, el presidente USA ha vuelto a actuar de espaldas al mundo dinamitando en esta ocasión setenta años de consenso en la comunidad internacional sobre el delicado estatuto de Jerusalén; un consenso por cuya observancia ha suplicado el papa Francisco, entre otros muchos líderes globales.
No obstante, no sólo Trump es el problema. El siglo pasado fue devastado por dos terribles guerras mundiales y conoció un gran número de nuevos enfrentamientos. Hoy, lamentablemente, estamos ante lo que el propio Francisco suele llamar “una guerra mundial por partes”: conflictos en diferentes países y continentes, terrorismo, abuso contra emigrantes, devastación del medio ambiente.
En este escenario el orbe cristiano celebra estos días la Navidad, en cuya liturgia destacan, en expresión de Benedicto XVI, las expresiones de luz y paz. Es el paso del “Dios está cerca” del Adviento que concluye al “Dios con nosotros” del tiempo de gozo y salvación que se abre; del Dios que viene a nuestro encuentro y al mundo de hoy en cada hombre y cada acontecimiento.

Elecciones: ¿por fin?

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