El pabellón

El asunto, con ser grave, no es que el titular de la Dirección General de Tráfico, Gregorio Serrano, pretendiera apalancarse un piso de la Guardia Civil en Madrid so capa de una misteriosa permuta, ni tampoco que para que el pabellón estuviera a la altura de su nuevo inquilino, se empleara la friolera de 50.000 euros de dinero público para su reforma. Ese género de cosas remite a la patrimonialización, a la inmatriculación como si dijéramos, de los bienes comunales en beneficio de las clases dirigentes, pero, con ser esto muy grave, más lo es que a un señor que no sabe ni papa de tráfico se le nombre nada menos que director general, mandamás, de la cosa.
La Dirección General de Tráfico no es un destino muelle para un amiguete, ni siquiera para un amiguete listo o pundonoroso, sino la institución que procura, mediante sus políticas y sus campañas de concienciación, que el tráfico no sea una de las principales causas de muerte, ni tampoco el origen de la mayoría de los ingresos en los centros de rehabilitación de parapléjicos. Podemos, pues, hacernos una idea del cúmulo de los conocimientos que se requieren para dirigir con solvencia tan sensible área de la Administración.
Ahora que ha saltado lo del pabellón de la Guardia Civil que pudo ser ocupado a todo lujo por el paisano que dirige la DGT, es una buena ocasión para que, su mentor, explique qué méritos asisten a Serrano para el desempeño del cargo que ocupa. Licenciado en Derecho, ha sido, al parecer, concejal de algunas delegaciones en Sevilla, entre ellas la de Fiestas Mayores, pero el tráfico no es, al contrario que París o que la de Abril sevillana, una fiesta.

El pabellón

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