El fracaso de la política

El fracaso de la política y de nuestros políticos en el grave conflicto que vivimos en estos días finales de septiembre, a vueltas con el referéndum catalán, es palmario y notorio. Nuestro Estado de Derecho está convulsionado por la más grave crisis ocasionada tras el intento del golpe de Tejero el 23 de febrero de 1981.
Desde 2012 hasta el presente, la política de comunicación a favor de la autodeterminación por parte de los partidos independentistas de Cataluña, ha conseguido unos sustanciosos réditos políticos en buena parte de la sociedad catalana, proponiendo  a su disposición un proyecto ilusionante. En el caso de conseguir la independencia y la creación de una nuevo estado dentro del estado, desgajado de esas Españas que les roban, lograrían, hipotéticamente, las cotas de bienestar económicas, culturales y sociales ansiadas por el seny catalanista. El número de independentistas convencidos ha crecido en verdadera progresión geométrica, acercándose a casi la mitad de la población catalana. Por el contrario, durante este mismo periodo de tiempo, el tancredismo de los sucesivos Gobiernos centrales, intentando desinflar el creciente soufflé por la independencia, a base de otorgar ventajas económicas, para lograr así los apoyos de los partidos nacionalistas en el Congreso de los Diputados y obtener la necesaria estabilidad gubernamental ha fracasado. Este juego, justo es decirlo, lo han practicado, sucesivamente, tanto el PP como el PSOE. En realidad fue un compás de espera, sin moverse un ápice en el ámbito de las necesarias reformas políticas y constitucionales, a causa de un problema latente y creciente. 
El duro pulso que el Gobierno del Estado español sostiene, en estos días, con el autonómico de la Generalitat, está basado, en realidad, en que el antagonista cometa un primer error de cálculo en sus estrategias. No nos engañemos; éstas, están perfiladas de antemano, con planes A, B o C, según convenga, para lograr alguna ventaja. La crispación no cede y las posturas de ambas partes parecen irreconciliables. La cruda realidad es que el Gobierno, a base de trasladar únicamente  la resolución del problema a los Tribunales, los Jueces, los Fiscales o las Fuerzas de Seguridad del Estado, cree que va a solucionar el problema. Por muy cargadas de razones legales que estén sus resoluciones, —que   no lo dudamos—, a todas luces, es irreal.
Igualmente es irresponsable la actuación de los irredentos políticos de Cataluña,  que se sitúan al margen de las leyes constitucionales, pensando que en nombre de la Democracia y trasladando la presión a los alcaldes, e incluso, a los propios ciudadanos deseosos de votar, pese a las prohibiciones legales.  Intentan, de esta manera, crear una verdadera crispación social que derive en violencia y enfrentamientos en las calles de pueblos y ciudades. Así no se resolverá el problema catalán.
La suerte está echada y el panorama ante el 1-O no es muy halagüeño. Ambas posturas irreductibles tienen que ser capaces de converger en la fuerza de la razón. La Política debe volver a funcionar con éxito. Ahí estará la solución.
 

El fracaso de la política

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