Radegunda y Fredegunda

El historiador francés Augustin Thierry escribió un libro, titulado “Relatos de los Tiempos Merovingios”, en el que narra la historia de los francos y sus reyes, los merovingios, que invadieron la Galia a principios del siglo VI, dando comienzo al proceso de formación de las actuales Francia y Alemania, cunas de la futura Europa. El libro es una maravilla y en parte se fundamenta en la “Historia de los francos” que, a su vez, escribió el obispo Gregorio de Tours, contemporáneo de los hechos. 
Entre los protagonistas de los relatos aparecen las reinas Radegunda y Fredegunda,  casadas con dos reyes merovingios Clotario y  Chilperico, respectivamente. Sus biografías son absolutamente divergentes: Radegunda, de origen real, fundó el monasterio de Santa Cruz de Poitiers y se convirtió en un referente no sólo religioso, sino también cultural y literario de la Alta Edad Media,  Gregorio de Tours la consideraba figura clave para “formación de la conciencia civil y espiritual de los francos”. Todo lo contrario de lo que representó Fredegunda, de origen servil, personaje de una crueldad sin límites y con una actuación verdaderamente terrorífica, pues mandó asesinar a todos los que consideraba sus enemigos.
Sin caer en el maniqueísmo, es difícil negar que en todas las épocas podemos encontrar estos caracteres contrapuestos, entre quienes representan actitudes y planteamientos positivos y quienes claramente optan por la maldad. Por supuesto nadie está libre de pecado, como se suele decir; pero la perversión también existe. Todos nos equivocamos, sin que por ello perdamos la conciencia clara del bien y del mal, solo los perversos disfrutan con el mal intencionadamente.
Entre estos últimos, la Real Academia Española, en su Diccionario, incluye a “quienes corrompen la costumbres, el orden y el estado habitual de las cosas”. De esto también tenemos abundantes ejemplos a lo largo de la historia, el más reciente y nocivo el comunismo, que junto al nazismo representa la ideología del odio por antonomasia, con todas sus secuelas, aun vivas y encarnadas en los actuales populismos.
El papa Juan Pablo II, que vio a su querida Polonia y a media Europa libre del comunismo, entre otras cosas gracias a la fe y a la oración de tantos cristianos, también  advertía que “la civilización moderna (sobre todo en Europa), a pesar de los innumerables éxitos en distintos campos, ha cometido numerosos errores y ha dado lugar abusos con respecto al hombre, explotándolo de formas diferentes”.
Por mucho que se disfrace de aires aparentemente democráticos, la perversión y la maldad, el odio al bien y a la verdad, al orden constituido por la propia naturaleza, la exaltación de la mediocridad, no dejan de ser corrosivos.
 

Radegunda y Fredegunda

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