EL COMETA

Una gran expectación ha despertado, y no es para menos, el aterrizaje del módulo Philae en el cometa 67/P, dentro de la misión Rossetta que inició su vuelo 2 de marzo de 2004. Todo esto dicho así de corrido y sacado de las informaciones que nos llegan a través de los medios, impresiona más cuando nos dicen que el susodicho módulo ha recorrido unos 6.500 millones de kilómetros hasta llegar a su objetivo.

En fin una pasada, que deja los viajes a la luna  de hace medio siglo en un juego de niños, y es que como decía don Sebastián a don Hilarión en la Verbena de la Paloma, “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”. Al parecer científicos, ingenieros y representantes de empresas e instituciones, incluidas las españolas, que han participado en la misión están entusiasmados y, lo que probablemente es más importante, muy esperanzados con los resultados de la misma.

Ya pueden ser buenos, porque el cohetito le ha costado a la Agencia Espacial Europea una pasta que no veas. Siempre ha habido juguetes caros para los ricos, claro que no tan pretenciosos como este, pues se supone que la roca donde el módulo Philae ha puesto sus arpones, no sin dificultades,  nos va a desvelar, entre otras cosas, el origen de la vida en la tierra. No seré yo quien lo niegue, no soy quien, pero me temo que será una información parecida a la que habitualmente nos proporciona la cosmología y la astrofísica, por lo menos en temas trascendentales, incierta y parcial, dadas las dimensiones espacio- temporales a las que se enfrentan.

Decir que se va a descubrir el origen de la vida en una roca que, como mucho, le pudo servir de medio de trasporte, es bastante ilusorio. Aunque puede ser que nos encontremos con los misterios insondables, hasta hoy claro, de la energía y de la evolución de la materia hasta llegar a desarrollar seres inteligentes. Reconozco que todo esto me pilla un poco mayor y que la Europa que lanzó la sonda hace diez años, en vísperas de la malhadada crisis, de la que todavía no sabemos cómo vamos a salir, debía sentirse capaz de jugar con las estrellas; mientras media humanidad se moría de hambre o se mataba en guerras interminables.

 

Claro que siempre cabe la posibilidad de hacer un especie de puente aéreo, que transporte a los miles de inmigrantes africanos que intentan incorporarse al nuestro estado de bienestar, hasta alguno de los cometas que circundan por el espacio. De paso no sería malo que utilizaran este medio de transporte algunos de nuestros políticos y dirigentes. Aunque hubiera sido mejor, y aún lo sería, pensar en ellos, en los inmigrantes africanos, antes de dedicar recursos incalculables a jugar a ser los dioses de la creación, haciéndole cosquillitas al universo.

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