Animales

La consideración de los animales como seres vivos, no simples semovientes, sino criaturas que sienten y padecen, a semejanza de la mayoría de los humanos, no es ninguna novedad. Si lo es, en cierta medida, la sensibilidad hacia el maltrato animal, que responde como tantas otras cosas al deseo mejorar. Es verdad, que estos deseos pueden acabar siendo simples banderas radicales de grupos minoritarios, como ocurre por desgracia con otros ideales, que siendo legítimos acaban siendo tergiversados.
Como soy urbanita y ni siquiera tengo mascota, mi relación con los animales, por lo menos con los estrictamente irracionales, no ha sido muy intensa. Siendo todavía de muy corta edad, estuve unos días en un pequeño pueblo, donde asistí a la matanza del cerdo. No fue desde luego un espectáculo muy edificante, supongo que ahora las cosas se harán de forma menos rudimentaria. Es verdad que entonces, entre el hambre que se pasaba en España y la falta de medios, todo parecía muy natural e, incluso, divertido. De hecho el asunto terminaba con una fiesta, baile incluido, para celebrar que una vez al año había algo sustancioso que llevarse a la boca.
No creo haber contribuido personalmente a ningún tipo de exterminio animal arbitrario, salvo quizá con el cazamariposas, cuando en algunos bosques de la sierra se podían ver de todos los tamaños y colores. En este caso, si no me equivoco, como en tantos otros, fueron los pesticidas y la contaminación los que acabaron con tan bellos lepidópteros. De todas formas si confieso haberle quitado la cola a alguna lagartija, que seguía su camino, y haber luchado toda mi vida contra mosquitos y parásitos.
Al margen de reptiles e insectos, perros y gatos, junto a algún que otro mamífero doméstico, son sin duda los animales que conviven con nosotros de forma casi familiar y, por tanto, a quienes puede afectar de forma más directa nuestra falta de respeto y humanidad. Por suerte o por desgracia, nunca he llegado a tener amistad ni trato con ninguno de ellos, como mucho me llevo algún ladrido ocasional, por lo general inmotivado, y soporto la falta de educación de algunos de sus dueños, que van dejando los recuerdos de sus amadas mascotas por nuestras queridas aceras.
Pero esto es lo de menos, ya pasaron los tiempos en que el olor a vaquería o la boñiga de caballo, formaban parte del paisaje urbano. La convivencia con los animales, al igual que con los humanos tiene sus inconvenientes; lo cual no significa que no sean dignos de nuestro amor y respeto. Supongo que su patrono San Antón, que estos días ha recibido la visita de tantos animalitos, estará contento con nuestra creciente preocupación por sus protegidos.
 

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