¿No tenemos miedo?

En nuestro país, desde hace siglos, el maniqueísmo está bien asentado. Esta dicotomía de lo blanco y lo negro es un arma de poder: herramienta psicológica-cultural contundente, que indudablemente genera miedo. Durante la última dictadura, los españoles eran rojos o azules. Los buenos y los malos era una calificación religiosa devenida desde Trento: católico o protestante (peor judío o mahometano); el cielo para unos y el infierno para los otros. La inquisición y la hoguera legal como pena para el hereje, aplicada para aquellos sospechosos disidentes o infieles. Lo mismo de siempre.
Decir, como consigna política, “no tenemos miedo” es una cínica forma de afirmar su existencia. Unos pocos no lo tienen nunca: los que lo imponen o lo conculcan. Volver al lugar del terror, para instalar un altar con velas y peluches, es una especie de santería psicológica para alejar el miedo a la inocente mayoría temerosa. 
Tal vez una recomendación morbosa, mano negra, de asesores en el manejo de las masas sociales, para afrontar el luto y el duelo. Igual que aplaudir en un acto funerario, costumbre extraña; supongo debe ser para evitar las lágrimas de dolor, y sustituir esa emoción humana por una especie de gol marcado al enemigo con aplausos, al que vencemos como en los enfrentamientos de futbol. 
Como dijo el general inglés, en Jartum, a su pequeña guarnición ante el ataque inminente de una mayoría de islamistas fanáticos: “no puedo pediros que no tengáis miedo, pero sí que no se lo demostréis al enemigo”. Tal vez sea el mensaje a interpretar por una población sorprendida, pero que ya conocía la reiterada crónica de esta muerte anunciada.
El rápido desenlace, con la ejecución de los presuntos autores materiales de la tragedia, recuerda el viejo modelo de la guerra fría, donde los espías dobles tejían relatos para mantenerse en escenario de aquel tétrico teatro de luces y sombras, de lo blanco y lo negro, muy cercano al esperpento valleinclanesco de los espejos deformantes de la realidad, exagerando valores y contravalores de unos pocos personajes, inculcando con ciertas manipuladas, generalizaciones que nunca pueden globalizar a todos los miembros de una cultura o territorio. Difícil es entrar en la era digital desde la medieval.
Esta ejecución urgentemente acalorada, como aquellos ahorcamientos del ladrón de caballos en el oeste americano, para satisfacción popular y escarmiento general, que en muchas ocasiones encubría asesinatos de inocentes que nunca podrían ser juzgados democráticamente con las leyes. 
La falta de serenidad y el suficiente tiempo perdido, ante una crónica de muertes anunciadas en París, Bruselas, Niza, Berlín, Londres…, no puede ser sustanciada con una polémica de maceteros y bolardos, de mozos de escuadra y policía nacional, de catalanes y españoles, de monarquía y república…
Miedo, han pasado los que estaban presentes en el lugar de los hechos. Miedo, todavía tienen si no pueden dormir ni vivir recordando las imágenes sangrientas de las víctimas; imágenes prohibidas cínicamente para el resto de la población. 
Esas imágenes posiblemente provocarían ira y repulsa contra nuestra actual y desfasada clase política, que habitualmente se debate en las tertulias con temas que realmente son de su mundo paralelo de corrupción, generalmente de corrupción intelectual en el que suelen convivir, y algunas veces corrupción de fondos públicos desviados del estado, y sustraídos a las necesidades de los contribuyentes con fines inicuos. Estado al que se le cede la soberanía ciudadana, para que nos defienda y atienda, pero ante estos hechos y otros, ¿este estado, tal cual vale la pena?
Denigrante es comprobar, que los que venían a hablar claro y crear regeneración, solamente cobran por asistir, pero que van de oyentes en los asuntos importantes. Incluso, acusan de que la falta de eficacia es porque no tienen bajo su control los servicios de inteligencia. Denigrante es ver, que no firman, siquiera, acuerdos de estado frente al terrorismo. Patético es comprobar, que ni son coherentes con sus afines de partido (o mejor, re-partido).
Esta democracia nuestra, sin duda, tiene mucho que mejorar. El nivel de educación universitario en la última etapa, tan generalizado de nuestra población, alguna deficiencia humanística debe tener. 
Ninguna universidad española se encuentra entra las doscientas primeras del mundo. Al igual que durante las emigraciones de principio del siglo pasado, donde los mejores de cada casa se fueron. Esto puede explicar, que son los peores la mayoría de los que nos dirigen desde hace tiempo, salvo raras excepciones.
Muchos somos los que “sí tenemos miedo”. Primero, porque las células terroristas eliminadas no significan que el cáncer del terror no vuelva a crear otras, cuando quiera, para mantener a las mayorías con el miedo en el cuerpo. Segundo y fundamental, por no entrar en el debate real de su origen y una legislación europea de relaciones exteriores unificadas: comerciales y de defensa. Más Europa y menos tribus administrativas, encubiertas cínicamente con falsas caretas de diferencias culturales.

¿No tenemos miedo?

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